Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, escritor y docente universitario
Ante la enfermedad no hay ricos ni pobres, jóvenes ni viejos, comunistas o de derecha, blancos ni negros; el cáncer y muchas otras enfermedades en ese sentido son democráticas: atacan a todos por igual. Y muchas de ellas, vencen la batalla.
Si bien una enfermedad es enfrentada con distintas actitudes, una enfermedad avanzada que pone al paciente en una situación terminal, es otra cosa muy distinta. Involucra ver la muerte cada vez más cerca y en una lucha que ya se vuelve desigual y hasta inútil. Una mezcla de sensaciones, emociones y sentimientos aparecen en las personas. La psiquiatra suiza Elizabeth Kubler-Ross (1926-2004) fue famosa por estudiar las fases de todo proceso de duelo –en el propio paciente y sus allegados- hablando de: negación, enojo, negociación, depresión y aceptación (1).
Lo que necesitaría una persona en esos momentos, probablemente sería una mezcla de serenidad, fortaleza, temple para aceptar lo que ya no se puede cambiar y alguien con quien poder hablar de todo lo que la situación le remueve. ¿Cuántas personas están preparadas para tratar así a un paciente que sabemos va a morir en poco tiempo? No nos preparan para eso. No en la escuela, no en casa, antes ni siquiera se hablaba de la muerte en las facultades de Medicina y Psicología, ¿sería miedo? ¿y por qué tanto miedo ante la muerte entre nosotros? Miedo que solo consigue la negación de lo relativo a la muerte.
Ahora, estar en un hospital no es una experiencia agradable. Es conocida la importancia del componente mental en los estados de salud y enfermedad. Estar en casa y mejor aún con la compañía de la familia, es un punto primordial a considerar en la estrategia de enfrentar una enfermedad terminal, salvo situaciones médicas que hagan necesario el empleo de equipos especializados. Incluso en algunos casos estos son trasladados al domicilio.
También, no son pocos los pacientes terminales que ven reforzada su fe religiosa. Es un soporte que muchas personas emplean para contrarrestar la incertidumbre del futuro, el dolor de la muerte, el miedo a lo desconocido. Recordemos las palabras del Dr. Sigmund Freud, quien en su obra titulada El porvenir de una ilusión, nos decía sobre la fe religiosa:
“Así como para la Humanidad en conjunto, también para el individuo la vida es difícil de soportar. La civilización de la que participa le impone determinadas privaciones, y los demás hombres le infligen cierta medida de sufrimiento, bien a pesar de los preceptos de la civilización, bien a consecuencia de la imperfección de la misma, agregándose a todo esto los daños que recibe de la Naturaleza indominada, a la que él llama el destino. Esta situación ha de provocar en el hombre un continuo temor angustiado y una grave lesión de su narcisismo natural”. (2)
Por su parte el creador de la Logoterapia, el Dr. Viktor Frankl nos dice en su obra El hombre en busca de sentido: “No obstante cuando un paciente tiene una creencia religiosa firmemente arraigada, no hay ninguna objeción en utilizar el efecto terapéutico de sus convicciones”. (3)
Seguiremos más adelante.
Ahora bien, ¿qué opinan ustedes, amables lectores, de estos momentos que la vida –y la muerte- nos pondrán, en algún momento, delante? Esperamos su comentarios.
Notas:
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