(Texto políticamente incorrecto, hipersensibles abstenerse)
Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, escritor y profesor universitario
Cuando eres joven, sientes que el mundo te queda corto. Tienes fuerza y metas que esperas conseguir porque de pronto alguien te dijo que “el mundo era tuyo” y te lo creíste. La adrenalina y la testosterona te dan una energía que impide, muchas veces, la serenidad y el autoanálisis. Las recomendaciones de tus padres, abuelos y docentes te entran por un oído y te salen por algún otro orificio corporal, pues piensas que son consejos anacrónicos de personas sin experiencias ni conocimientos, o bien reprimidas, cuando no cucufatas o muy “adaptadas” a esta sociedad a la que perteneces y a la que consideras una sociedad sin la creatividad necesaria que a ti –por supuesto, asumes– te sobra.
Sociedad que debes devorar, pues eso se te enseñó en alguna de esas universidades llamadas "del futuro", publicitados centros donde palabras como acción moral, conciencia social o respeto al ambiente son debilidades de idealistas que nunca conseguirán triunfar económicamente en esta selva de cemento donde el prójimo es casi tu enemigo y ya no un prójimo (ya no un próximo). Las oportunidades son para los hábiles, los destacados, y en esas casas de estudio te programan para eso, aunque en realidad te programan para encajar en un modelo de vida de consumo, pero no te das cuenta, pues el disfrute es la promesa eterna que se comprueba cada fin de semana en alguna discoteca de moda frecuentada por toda "la people".
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Cuando eres joven vives alienado(a) por un sistema que apuesta más por lo inauténtico que por lo real. Recibes horas y horas de música simplona que te persuaden a valorar, programas televisivos salidos del basurero, publicidad para que compres cosas que no son necesarias y condimentado todo eso con lecturas de medio pelo del estilo autoayuda para que creas ingenuamente que todo es posible con solo desearlo; y para que te sientas intelectual cuando, al contrario, lo que el sistema requiere no es más que borregos adiestrados en su filosofía de vida light. Tonterías posmodernas porque para alcanzar lo que deseamos se requiere talento, esfuerzo, compromiso así como el apoyo del otro, de ese prójimo que cada día los noticieros nos convencen que es de temer, que es mejor alejarse de él, pues ya no se puede confiar en nadie.
Cuando eres joven, tus padres –que en estos tiempos andan muertos de miedo de educar a sus hijos, “no vaya a ser que el bebé se traume”– te maleducan, pues creen que, dándote de todo (menos los límites necesarios en cualquier proceso de aprendizaje) serás feliz y los tendrás en cuenta cuando ellos se hagan mayores. Cuando lo único que van a conseguir son hijos majaderos y malagradecidos que piensan solo en ellos y son incapaces de levantar un plato, de pagar sus gastos siendo ya grandes o de comprar los víveres de la casa, aunque sea una vez al mes. Incapaces de ver que el mundo va más allá de sus ombligos.
La prensa ávida de acción te llama ahora "Generación del Bicentenario" pero tú sabes en el fondo que de héroes y heroínas, en ese colectivo, hay bien poco. Sabes bien que semanas antes de ese bautizo mediático desesperado los consultorios psicológicos y médicos atendían a esos "héroes" por ansiedad, depresión y adicciones. Consideramos que darle la responsabilidad a los jóvenes de velar por la legalidad y la moral de un país -paradójicamente- es una total irresponsabilidad, cuando no una cobardía, de nosotros como adultos. Pero eso, la prensa tonta, no lo piensa. Así que no es necesaria esa pose de soldados y de falso envalentonamiento. Tranquilo nomas. A leer mucho y a estudiar.
Noticia: Pero no siempre serás joven. Lamentamos decirte que te engañaron, muñeca. Te engañaron, papacito. La musculatura y la belleza física caducan a mediano plazo. Este mundo lo que necesita no es solo gente eficiente, sino también decente. No debemos educar únicamente para las competencias tecnológicas, el hiperconsumo y el negocio lucrativo, sino también para la solidaridad, la paz, la empatía y el trabajo en grupo. Vemos grandes empresarios y muchos políticos en prisión por haber endiosado el poder y el dinero mal habido. No se trata de vivir como sea, sino de vivir bien, con arte, con ética y pasión. Marina (2010) nos dice: "¡Qué difícil es actuar inteligentemente si la sociedad se vuelve estúpida! Estamos movidos, presionados, determinados por modas, estructuras políticas, medios de opinión, sistema de propaganda, ideologías, y entre esas fuerzas determinantes aspiramos a que florezca la libertad individual como un milagro" (p. 16)
Colofón: Cuando somos jóvenes vemos la realidad con miopía, pues solo vemos nuestro pequeñito mundo y nuestras necesidades más personales y generalmente somos incapaces para ver de lejos. Los años y los choques contra la pared nos van dando esas gafas que necesitamos para mirar más allá. Para entender que nuestro ego fue una trampa inevitable del desarrollo y que nuestra juventud –orientada al individualismo y el hedonismo más pasajero– no dura para siempre. Terminamos, con los años, entendiendo que somos parte de un colectivo y que tenemos responsabilidades, además de derechos. Entendemos también que el sistema nos usa, a su antojo y cuando les conviene, pero a esa edad no estamos vacunados contra la manipulación de los medios y las redes.
La juventud es la edad del reclamo de nuestros derechos, pero la adultez es la etapa donde, quizá, vemos el panorama de la vida con mayor serenidad y precisión. Ya sin miopía y entendiendo que el mundo “no es mío”, es de todos.
P. D. Porque fuimos jóvenes también, te invitamos a tener esto presente. Un abrazo a todos.
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Referencia:
- José Antonio Marina (2010). Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. Barcelona: Editorial Anagrama.
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