(Sobre la inaudita violencia de pareja)
Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, psicoterapeuta y escritor
Nos golpea periódicamente el enterarnos de casos de violencia en las parejas. Cierto es que son más las mujeres golpeadas, torturadas, violadas y asesinadas que los hombres, de ahí que las palabras misoginia y feminicidio estén a la orden del día, aunque nosotros preferimos -más que hablar de la ahora tan mencionada violencia de género- hablar de violencia a secas, de la condenable violencia de todo tipo: la ejercida a niños, niñas, ancianos, pobres, extranjeros.
En poco tiempo vemos en el país un modus operandi repetido en casos de ataques a mujeres: se les rocía querosene o gasolina para luego prenderlas. Los atacantes suelen ser la pareja o ex pareja y las víctimas suelen fallecer días después producto de las gravísimas complicaciones por las lesiones generadas, sobre todo cuando el porcentaje del cuerpo quemado es alto, las zonas alcanzadas son más vulnerables y las quemaduras son de un nivel de mayor peligro.
Los periodistas transmitían las noticias y surgían varias preguntas. ¿Por qué emplean querosene o gasolina? Siendo ambos productos de fácil acceso para cualquier persona vemos, sin embargo, que estas modalidades de ataque no se suelen presentar en individuos de mejor grado de instrucción y/o de más alto nivel socio-económico. Es más fácil de encontrarlo entre agresores de niveles más bajos en ambos aspectos señalados.
Por ejemplo, los varones psicópatas de dinero y domiciliados en vecindario acomodado suelen torturar o agredir de forma “más sutil” para confundir a los demás al no dejar “huellas” en la víctima. En estos casos vistos por los medios no, lo que observamos aquí son hombres que han perpetrado el ataque frente a muchos testigos inclusive hiriendo a otros al lanzar el combustible y prender a la mujer. Aquí hay un escenario que considerar en el acto agresivo: el ataque no fue privado estando solo ellos como protagonistas, el ataque fue más bien público, desbordado por la ira y habiéndolo planificado, el agresor vierte el combustible en la víctima para luego prenderla.
Pero hay algo más. El fuego destruye completamente (simbólicamente purifica también) por lo que vemos un nivel de odio mucho mayor, pues si bien destruye, lo hace lentamente. La víctima no muere al instante, como podría morir una persona producto de balas o de ser acuchillada. La mujer quemada sufre, padece, agoniza. Hay pues en el agresor una necesidad enferma de humillar y destruir lentamente y luego de mucho sufrimiento en su víctima. Cosifica a la mujer hasta convertirla en un objeto que puede quemarse a su antojo.
Imagen tomada de:
¿Qué puede llevar a una persona a buscar hacerle eso a alguien a quien hasta de pronto antes juró cariño? ¿Por qué ocurre esto? Intentamos aproximarnos a la comprensión de este acto criminal, pero sobre todo de un acto de profundo odio (y a lo que representa simbólicamente ella o él para el atacante). Odio y de pronto miedo ante desventajas reales o imaginarias e inseguridades que van más allá de la razón.
La negativa de afecto es algo que puede ser insoportable para muchos sujetos, sobre todo, para los que ciertamente no han logrado sentirse medianamente queridos y valorados siendo menores, sumado esto a una pobreza en el desarrollo moral y afectivo que impiden -al agresor- ser consciente de lo maligno de su acción. Muchas personas no han aprendido a controlar sus impulsos más básicos, no han aprendido tampoco a expresar en dosis saludables su agresividad. Son los que la acumulan y acumulan, o bien los que desde pequeños estuvieron siempre fura de control, la emoción y no la razón primó en ellos. Ahora, de grandes, siguen actuando como niños descontentos que no soportan no salirse con la suya. Solo que ahora son más peligrosos y destructivos.
Cierto es que algunos de estos tipos deben tener deficiencias intelectuales; otros, de personalidad psicopática, se envalentonan bajo el consumo de alcohol y drogas; un grupo más pequeño de pronto padecen de esquizofrenia y demás cuadros psiquiátricos lo que complica el panorama a cualquiera para tener una sana relación y deberán –todos estos casos- ser estudiados individualmente. Lo que aquí esbozamos son tendencias.
Esto en lo individual, pero hay también aspectos sociales, macros. El machismo compartido de los jueces y juezas (que consideran lesiones leves a casos flagrantes de intentos de homicidio), la cosificación de la mujer en la televisión y prensa, el mal llamado humor cómico nacional que hace de estos casos un chiste, junto a una cultura de la violencia, la discriminación y la opresión -que se han institucionalizado en muchos de los hogares y las escuelas-, hace que seamos espectadores de más casos como estos. Cuando la violencia se normaliza, como en varios lugares de nuestro territorio nacional, lo execrable deja de serlo para pasar a ser visto como un incidente menor, un problema de pareja como cualquiera, un descontrol fugaz, un hombre que perdió los papeles ante una mujer “que algo habrá hecho”.
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