Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, educador, articulista
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Que el arte es necesario, no cabe duda. Que debe promoverse más entre los jóvenes, también. En sus variadas manifestaciones, recordemos: música, danza, pintura, teatro, cine o escultura; el arte ha permitido en quienes lo disfrutan y ejercen hasta una manera de encontrar sentido a la propia existencia. Llena vacíos, confiere significados y afianza el ánimo por encontrar formas de expresarse y de sobrellevar, a veces, la pesada carga de la vida. El arte es curativo también, permite sublimar nuestros miedos, frustraciones y ansiedades y facilita la producción creadora, ese impulso por dar vida a una obra que puede generar alguna respuesta también en quien la observa. A poco de iniciar un nuevo año escolar, invitamos a los directivos escolares y docentes –como se estila ya en algunos países, Finlandia, por ejemplo– a que incorporen ejercicios artísticos entre sus pupilos, en sus clases y trabajos. Horas de arte, dentro y fuera de la escuela. El arte es divertido, puede practicarse también en equipos, aumenta la confianza, brinda un respiro al autoconcepto –siempre vulnerable por tanta competencia académica en la escuela– y es un alivio al estrés escolar, tanto de los docentes como de los estudiantes. ¿Por qué tantas horas de aritmética y tan pocas de cine, pintura o música?, ¿por qué tantas horas de álgebra y tan pocas de deporte, danza o teatro? Hasta ahora las respuestas no resultan del todo convincentes. Pruebas internacionales señalan que en matemáticas y en comprensión lectora estamos bastante abajo, quizá eso inclina la balanza a enseñar estas materias más y mejor. Otros piensan que enseñando lo convencional podrán después dar los exámenes de admisión a las universidades; pero olvidan ellos que el propósito del colegio no es prepararnos para un examen. Demos también un espacio a otras áreas donde los estudiantes no solo podrán aprender algunos contenidos sino también tener experiencias que los motiven y, de pronto, ayuden a autoconocerse un poco más y a sacar sus intereses y potencialidades. No todos egresarán del colegio e irán a estudiar ingeniería, derecho o medicina. Hay quienes se inclinarán por la música, el diseño, la literatura o la fotografía; y estas disciplinares son tan válidas, dignas e importantes como las carreras clásicas mencionadas. El arte no puede hacernos daño, al contrario, una persona sensibilizada en la pintura, la poesía o el teatro podrá diferenciar lo estético de lo grosero, la calidad de lo barato y estará en posibilidad de ser un ciudadano más exigente y cauto. Alguien formado en la historia del arte podrá conocer de personajes y de sus obras que trascendieron las épocas. Un muchacho que vea buen cine y variado, entenderá mejor la vida con sus alegrías, dramas y esperanzas. El que haya oído música no se dejará timar por los hits del momento. Sin ser utópicos, pensamos que brindar en la escuela horas de deporte, teatro, música, pintura, escultura, cine, junto a los cursos clásicos, puede fomentar en el estudiantado un espíritu crítico, una actitud más contemplativa, un sentido ético e inclusivo que de pronto aún les está costando conseguir y es que las ciencias puras y exactas todavía no pueden decirnos lo que es bello, justo y humano. Y el arte sí que puede.
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