Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo y escritor
“Cada vez se me hace más difícil mantener el equilibrio y no caerme”, expresó el viejo Rafael con una mueca de fastidio que el médico observó sin inmutarse. A sus sesenta y dos años Rafael estaba hecho mierda. Nunca había sufrido por problemas de salud pero desde que cumplió los cincuenta y cuatro años, se le fueron viniendo todos los males y achaques encima. Una tras otro, sin descanso.
Imagen tomada de la web.
Dolores lumbares, hipoacusia, gastritis leve, cefaleas, problemas estomacales, disminución de la capacidad visual y una artrosis inicial que empezaba a fastidiar. Y ahora, por problemas aparecidos dentro del oído interno su equilibrio empezada a fallar. Ya se había mareado un par de veces en el último mes y eso lo condujo del consultorio del neurólogo al del otorrino. Pasó por ambas especialidades y una resonancia magnética que logró ubicar qué le estaba pasando.
El médico le explicó que la culpa de todo lo tenían unos cristales de calcio que, en pocas palabras, se habían movido del lugar donde debían estar. La buena noticia era que era un cuadro relativamente fácil de tratar pero por el momento debía no salir de casa, descansar y usar un bastón. Rafael recordó que su padre usaba un bastón de madera con un mango trabajado a mano que le daba al viejo un aire de abolengo y caché, tan solo un aire porque el viejo no tenía en dónde caerse muerto. Desde que se jubiló había caído varios escalones en su posición socio económica y a duras penas logró sobrevivir en condiciones medianamente dignas. Había muerto nueve años atrás.
Imagen tomada de la web.
Rafael que no quería mucho parecerse a su padre, ahora con el pasar de los años no solo empezaba a parecerse sino que comenzaba a sufrir de todos esos malestares que siendo joven observó en su padre y a quien, cuando Rafael estaba cansado y sin paciencia, solía tratar de viejo decrépito. De vez en cuando al recordarlo se arrepentía de ello por su poca empatía y retribución filial.
Ahora le tocaba a sus más de sesenta años emplear ese bendito palo para no irse de cara frente a un mueble, la puerta del dormitorio o el peligroso baño. “Ya estoy viejo”, se repetía Rafael.
Cruda y triste realidad.... y tomando una líneas...el Karma existe.