Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo clínico, articulista
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La especialidad médica más rentable –según diversos reportes- es hoy la cirugía plástica. Si no me gusta ni mi cara, ni mis pechos, ni mi barriga, ni mi trasero, ni mis genitales, pues no hay problema: contamos con bisturís, botox, liposucciones, cremas antiarrugas y antienvejecimiento. Y para todos los bolsillos, y para todas las autoestimas.
Silvia Reisfeld en su libro titulado Tatuajes: una mirada psicoanalítica, nos dice lo siguiente: "Así como cada sociedad recrea un imaginario en torno a un modelo deseable de cuerpo, otro tanto ocurre con las prácticas que instituye." ... "En efecto, en siglos anteriores, la preocupación religiosa incluía un cuidado del cuerpo que suponía alcanzar otros logros: el gobierno del alma y las pasiones. Es decir, se apuntaba a un control del deseo. En cambio, en un contexto donde tales ideas dejan de ser preponderantes, nos hallamos ante una motivación diametralmente opuesta. Así, dentro de lo que hoy en día es la cultura del consumidor, el cuerpo se torna un vehículo del placer, es deseable y deseante, y por consiguiente hay que trabajarlo y producirlo." (p. 35).
Se usa ahora entre los jóvenes un término horrible, producirse. Efectivamente, se habla de producimos para salir de casa y dar una buena imagen, y -mientras dure la producción- ser mirado(a), deseado(a), envidiado(a). Pero recordemos que al producirnos nos convertimos en un producto, es decir, en una cosa, un artefacto, algo que como todo producto será exhibido, mirado, tocado, ponderado y finalmente alquilado o comprado. Como ocurre con los objetos.
Pero las personas no podemos nunca ser productos, pues como seres humanos tenemos dignidad, psique, mundo interior, dentrura (término empleado por Marco Aurelio denegri) o “alma”. Recuérdese en este punto los argumentos macabros que se consiguieron en el pasado para justificar matanzas y genocidios al ver al otro precisamente como una cosa, un número, despojándolo de toda humanidad.
El lenguaje, fíjense con este ejemplo, representa también como nos vemos, tratamos y sentimos. El término producirse es una palpable cosificación de las mujeres y hombres de este mundo inauténtico que privilegia lo externo y observable (tangible) a lo privado, natural, íntimo y esencial. Quizá estamos perdiendo esa interioridad y ahora solo queda la cáscara. Finalmente, preferimos no decir nos producimos, sino más bien nos arreglamos, nos ponemos más bellos o más presentables al estar en público.
Reisfeld afirma y no podemos estar más de acuerdo con ella que "un proceso de 'seducción' impregna todo el funcionamiento social y regula el consumo, las costumbres, las organizaciones, la educación y la información. De ahí, la multiplicación de prácticas cotidianas: la preocupación por el envejecimiento, una atención obsesiva por la salud y la alimentación, los rituales de control y mantenimiento (deportes, gimnasia, etc.), el consumo de medicamentos o el auge de las cirugías reparadoras. El cuerpo ha perdido su estatuto de alteridad y se confunde con el ser-sujeto, con la persona. Estos cuidados, incentivados por un contexto que funciona según los designios de una moda, hacen prevalecer el sentido estético y la satisfacción de anhelos narcisistas. El 'individuo moda' (Lipovetsky, 1990), sin lazos profundos ni mayores adhesiones, oscilante en sus gustos, se guía por el imperativo de la apariencia." (p. 37)
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Fuente: - Tatuajes: una mirada psicoanalítica, de Silvia Reisfeld (2004). Buenos Aires: Paidós.
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