Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, educador
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Muchos somos hijos de la generación de los 80. Aquella que se mal acostumbró a los atentados terroristas, sus secuestros, extorsiones, a los “coches-bomba” y los apagones tras una voladura de alguna torre eléctrica. Sobrevivimos a duras penas al miedo, la incertidumbre y al odio. Vimos luego como “las fuerzas del orden”, con fuerza y con orden, además de con inteligencia y paciencia lograron dar con los líderes y apresarlos.
Pensamos habernos librado del mal, como dice el estribillo de un coro religioso, al ver las condenas de hasta 25 años que en su momento se les dio, sobre todo a su cúpula. Pero hoy ese tiempo que entonces parecía eterno, se va acortando y vemos que en poco tiempo muchos de estos tanáticos líderes están por salir, y otros ya lo hicieron. ¿Qué nos espera ahora cuando la situación socio-económica, educativa y política del país tiene aún muchos pendientes? ¿Cuándo la desazón, el olvido y la pobreza extrema aún forman parte del horizonte de ciertas lugares del país? Porque Lima no es siempre el Perú.
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Nos apresuramos al cantar victoria en aquél entonces. La corrupción judicial, las leguleyadas de tinterillos, la ignorancia de algunos y la amnesia voluntaria de otros, hoy nos muestran que estos grupos siguen vivos y activos, algunos con fachadas pseudo nacionalistas y levantando falsas banderas de amnistías cuando no de olvido. Esperando un descuido para saltar al cuello de una democracia que si bien es frágil y chambona en nuestro país, es lo que tenemos y de la que esperamos –no sin ciertas dudas- se dirija hacia el camino del orden, la justicia social y la paz.
Pensar que el fusil y la bombarda, que la dinamita y la metralla nos proveerá un país más desarrollado, unificado y educado, es un completo disparate. Y los jóvenes (distraídos, carentes o sugestionables) deben conocerlo y no permitir ser confundidos y manipulados por los discursos igual de falaces de estos líderes de pacotilla y dogma caduco y asesino.
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Nadie niega la responsabilidad del Estado y sus instituciones en generar el clima adecuado para que surgieran estos movimientos criminales décadas atrás, la CVR nos dejó un legajo extenso para abrirnos los ojos, pero la respuesta terrorista no fue la más humana, ni la más práctica. Reinó la locura, el caos y el dolor. Los que vivimos el terror de estas agrupaciones violentas, hoy se los podemos recordar. Y cuidado con los trajes de cordero.
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