Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo y escritor
“El sexo alivia la tensión. El amor la aumenta”
Woody Allen
Llegó muy ebria a su casa y apenas hubo atravesado el dintel y cerrado la puerta se empezó a desnudar. Había bebido unos tragos junto a sus dos mejores amigas, se había reído como nunca y pasado tan bien y eso le había elevado la libido. Tenía ganas de estar con él.
Hacía meses que ambos no se buscaban para intimar; cuando él quería a ella no le apetecía y cuando ella lo deseaba él estaba muy cansado. El estrés laboral, las deudas y cuentas por pagar, las responsabilidades como padres y la familiaridad de la convivencia de más de 12 años se sumaban para dejar fuera del departamento a Cupido, Dionisio, Venus, Afrodita y Freud incluido. Pero ese viernes ella llegó gozosa y salerosa. Justo llevaba puesto un encaje negro seductor. Hasta un aire a “Chica Bond” se podría decir que traía. Los infaltables rollitos pasan a un segundo plano cuando hay actitud y sensualidad y ella, esa noche, lo tenía todo.
Él en la cocina, por su parte, se preparaba un café y un sándwich de jamón y queso. Ya en pijama y con sus babuchas de conejito solo deseaba tomar un lonche final e irse a dormir. Aquella siguiente mañana de sábado le esperaría una jornada laboral pesada como solo lo sabe todo contador a fin de mes. Mientras calentaba su sándwich en la sartén escuchó entrar a su esposa a la casa. Miró el reloj, que marcaba las 11:52pm. Ya es tarde, pensó, pero se sentía tranquilo de que su mujer ya esté en casa. La saludo alzando la voz ¡Hola amor, ¿todo bien?! No hubo respuesta alguna.
Al mismo tiempo, ella ingresaba sin hacer ruido y en puntillas al dormitorio para sorprenderlo. Apagaría la luz, lo esperaría desnuda bajo las sábanas y se contornearía súper sexi para encenderlo en un segundo. Se tenía confianza. Sus pechos y caderas generaban aún muchas miradas masculinas. Sin embargo ciertas repentinas náuseas, un fuerte mareo y un intenso dolor de cabeza la tomaron por asalto.
Luego de remover la azúcar en el café y tener el bocadillo ya caliente en el plato, él se dirigió con la bandeja rumbo al cuarto. Pensaba seguir viendo la película de Netflix que había comenzado y parecía prometedora: se trataba de un grupo de despreocupados jóvenes excursionistas de viaje de vacaciones a una isla donde los irán asesinando uno a uno.
Al ingresar se dio con una desagradable sorpresa: su esposa yacía sentada al costado de la cama, media calata con el pantalón atorado a la altura de las rodillas y vomitada de gran manera. El dejó la fuente en la cama y acercándose le dijo asustado: ¡Soniaaa, ¿qué te ha pasado?! Ella movió su cara lentamente, y con una pseudo sonrisa le balbuceó: “soy tooodaaa tuuuyaaa, amooor”
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