Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, escritor y docente universitario
Trabajaba 12 horas al día, aunque se levantaba a las 6am y regresaba a casa cerca de las 10pm. Más de 3 horas perdidas por el tráfico de Lima que bien podrían haberse invertido en algo más beneficioso. Los sábados apenas tenía fuerzas para llevar a sus dos hijos al parque municipal a jugar o al cine de la casa. Cuando se sentaban en su casa a ver alguna película por la Tv se quedaba dormido en los créditos iniciales.
Su ex esposa, con quien había logrado tener una relación saludable luego del divorcio, solía tener los fines de semana más carga laboral que él por cuanto trabajaba en el rubro de servicios tipo catering. Así, matrimonios, bautizos, ceremonias y talleres le demandaban un trabajo sacrificado, pero bien rentable, que veía coronado sobre todo los fines de semana. Días en que el padre tenía la custodia de los niños. Por todo ello papá Paul debía recoger muy temprano a los chicos el sábado para permitir a la mamá entregarse enteramente a lo suyo. Sábado y domingo, digámoslo así, eran sus días con la prole. El sábado los recogía y los domingos por la noche los llevaba de vuelta a casa de la madre.
Lo recuerdo bien. El sábado 2 de diciembre del año 2022 Paul no apareció por la casa. Y mamá Yudith extrañada, se quedó angustiada por cuanto ese día tenía una ceremonia de graduación universitaria por la mañana y un matrimonio por la noche. Su ex marido no respondía a sus reiteradas llamadas y mensajes de texto. Pensó muchas cosas: quizá se fue de juerga ayer, o se le pegaron las sábanas o nuevamente se puso mal del estómago. Tuvo que recurrir a contactar a su hermana menor, quien no estudiaba los sábados, para que cuidara a los pequeños. Más calmada, luego, siguió alistando las cosas y tras la llegada a casa de su hermana Pamela, salió en su camioneta color gris rata llevando todo lo preparado para ambos eventos.
Imagen tomada de la web
Paul no se comunicó con ella en ningún momento de ese sábado. No lo haría ni ese, ni en ningún otro. Sus hijos no volverían a verlo jamás. Diecinueve días después de este sorpresivo episodio se enterarían por una llamada diurna al celular de Yudith que un infarto cardio respiratorio fulminante tumbó a Paul mientras se preparaba algo para cenar esa noche del viernes. El cuerpo, ya mal oliente, producto de los días transcurridos y del calor que había en la ciudad, alarmó a los vecinos que dieron aviso a la policía. El informe médico encontró niveles elevadísimos de colesterol, glucosa, triglicéridos junto con datos anteriores de su historial clínico que informaban de una presión arterial constantemente por las nubes, un sobrepeso de alrededor unos 15 kilos y un estrés que se había hecho ya crónico. Literalmente aquella noche aciaga se le taparon las arterias y su espesa sangre no avanzó más y Paul reventó.
Ni el chequeo preventivo anual en su seguro privado, ni las pastillas para descansar los días de mayor estrés en la oficina, ni el beber agua todos los días ni su actitud positiva pudo evitar que mi amigo implotara. Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido diría el maestro Joaquín Sabina.
De esto ya hace un año, más o menos, y desde entonces el último domingo de cada mes es Yudith quien ahora acompaña a sus dos menores hijos al camposanto para visitar a Paul, y dejar un lindo arreglo floral blanco en su tumba. Ya sin apuros, ni maldiciones, ni correteaderas.
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