Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, escritor y divulgador en temas psicológicos
Desde el año 2003, todos los días 10 de cada setiembre se conmemora el Día Mundial para la prevención del suicidio. De pronto en el día a día de muchos esa lucha preventiva no tiene una sola fecha por cuanto cada día, en todos los lugares, millones de personas deben batallar contra variadas situaciones, unas más o menos complicadas, más o menos conmovedoras, más o menos desesperadas y más o menos neuróticas, también.
¿Causas que llevan a destruirse totalmente? Veamos algunas. A determinadas personas, les son francamente inaceptables e inmanejables ciertas pérdidas –o separaciones- tempranas de las que nunca se reponen del todo; apegos (vínculos afectivos iniciales como con la madre o el padre) muy flojos o evasivos bien pueden construir un tipo de personalidad sumamente frágil, y esa fragilidad se manifiesta posteriormente cuando eventos desfavorables se presentan luego (dificultades laborales, decepciones amicales o amorosas, fracasos económicos, derrotas de todo tipo).
Hay también personas quienes guardan en su corazón (en su memoria emocional digamos) mucha pena y mucha rabia, que combinadas trágicamente bien puede convertirse en el arma que se empuñará contra ellos mismos, decidiendo así terminar su pena al mismo tiempo que terminando su vida. La persona dirige toda la rabia que iba dirigida al mundo y al final, ella misma termina por implotar. ¿Habrá deseado este tipo de suicida destruir a alguien también?
Algunos dejan aparentes señales de haberlo hecho por desesperación económica, por fracasos matrimoniales, o por conocimiento de una situación médica incurable que a la larga o a la corta los incapacitaría y postraría, no deseando llegar a ese invalidante o sufrido momento. También en ciertos casos, de intoxicación alcohólica o por otras sustancias que oscurecen el raciocinio, la mente no piensa calmadamente y la rabia o la desesperación toman el mando psíquico dirigiendo las decisiones y conductas hacia un camino sin retorno que, sin esa intoxicación, hubieran sido consideradas menos dramáticas cuando no desagradables pero soportables.
Algo interesante que ha revisado la psicología es el hecho de que, si bien el suicidio es algo que siempre ha ocurrido y en todos sitios, no nos matamos por igual. Esto es, que la forma de aniquilarnos dependerá de nuestras creencias, nivel educativo, posición económica, nivel de angustia, ideología, religión y grado de agresividad. Así, hay quienes toman veneno para ratas, otros saltan de enormes alturas, algunas se cortan las venas y agonizan esperando el final, otros se disparan un balazo en la sien, también hay quienes toman sobredosis de calmantes y algunos, como la poeta Alfonsina Storni, quien ingresó lentamente al mar al encuentro con la muerte. En algunos hay más daño corporal, en otros hay hasta un maquillaje previo. Todo esto comunica y mucho sobre el estado y personalidad del sujeto.
Sea alguna de estas causas u otras o por los medios que sean, es claro que la vida ha sido, es y será, insufrible para algunos. La filosofía y la psicología deben y pueden ayudar a conseguir cierto temple o fuerza para encarar a vida y la sociedad, pues así todo y chambona como es, es la que ahora tenemos y no se trata de rendirse ni alienarse en ella sino de enfrentarla de la manera más positiva, creativas y eficiente posible, a pesar de ella misma y sus reglas de juego.
Imagen:
El suicidio de Edouard Manet (Le suicidé)
Francia, 1877
Tomado de:
“La vida, decía Manuel González Prada, se puede resumir en tres palabras: triste, ridícula y puerca; sin embargo, nosotros podemos derramar algo de regocijo en esa tristeza, algo de elevación en esa ridiculez y algo de limpieza en esa porquería” (Denegri, 2017, p. 207). Dura afirmación la del poeta y anarquista limeño, aunque con cierto aire de esperanza, pues depende de cada persona derramar algo de regocijo y limpieza en todo esto.
Pensamos que el ser humano debe enfrentar el drama existencial y éste es un drama personal. Por más que cientos pasen la misma tragedia, el mismo dolor o la misma deshonra, a cada uno nos toca sobrellevar el infortunio, pues nadie puede vivir la vida ajena, eso está claro. Si bien puede ser consolador eso de “en el dolor hermanos”, cada dolor es único, personal, intransferible, y el ser humano deberá pasarlo más o menos pronto, más o menos tarde en su vida.
En su libro El dilema del hombre, el psicólogo y psicoterapeuta existencial Rollo May nos dice lo siguiente “Cada ser humano sabe que morirá, aunque ignora cuándo; anticipa su muerte mediante la conciencia de sí mismo. Es probable que enfrentar esta ansiedad normal ante la finitud y la muerte constituya, de hecho, el incentivo más eficaz del individuo para extraer lo máximo posible de los meses o años que le faltan para que la muerte lo derribe” (May, 2000, p. 88). En este sentido, el hombre es un proyecto, a veces trunco, a veces realizado.
Dice Erich Fromm en su ensayo titulado El corazón del hombre lo siguiente: “Pero el hombre también sabe más o menos claramente que no puede recuperar el paraíso perdido (en alusión a una infancia muy buena bajo el cariño y la protección materna), que está condenado a vivir con inseguridad y riesgos, que tiene que atenerse a sus propios esfuerzos, y que solo el pleno desarrollo de sus facultades puede darle un mínimo de fuerza y de intrepidez” (Fromm, 2016, p. 125). La vida, por más seguros que compremos, está inevitablemente llena de riesgos, tropiezos, dolores, dificultades y preguntas; y nos toca responder ante ellas.
En una entrevista publicada hace años el pintor Fernando de Szyszlo declaraba que al final de todo había sido un hombre feliz. Era el balance calmado de un hombre mayor, ya sin la urgencia hormonal y adrenalínica de los años impulsivos, quien fue capaz de mirar atrás, de mirar lo vivido y de sopesar los buenos y los malos momentos. Ese comentario, pensamos, no significa haber llevado una vida light, permanentemente feliz, libre de tormentos y ansiedades. Ese comentario muestra que a pesar de todo, la vida le agradó, o para hablar en términos existenciales, esa tensión, esa angustia propia de la vida, valió la pena. El poeta César Calvo lo dijo alguna vez de forma genial “me gusta la vida, a pesar de la vida” (Calvo, 1974). Con todo y lo que cuesta la vida, al poeta le agradaba la oportunidad de vivir. Pues la vida puede también ser vista como eso, como una oportunidad.
Tenemos nuestras diferencias y distancias con los actuales gurús del éxito y la felicidad. Abundan en todas partes, esos manuales y conferencistas que casi de forma maniaca solo suelen ver lo diáfano, lo claro, lo hermoso de la existencia y encima lo ofrecen, lo venden, como si con solo querer que todo salga bien, o querer ser feliz, eso se va a conseguir. Cierto es que el pensamiento positivo nos suele ayudar a todos a enfrentar mejor las circunstancias y, a veces, a no rendirnos y seguir luchando por algún objetivo, que de pronto alcanzamos al final. Pero de ahí a pensar que solo por programarme para el éxito y la felicidad, lo voy a conseguir, es una estafa intelectual además de económica; junto a un intento burdo de querer negar una cara de la vida, esa cara a la que nos referimos en estas líneas; la cara de la tragedia, del dolor, de la incertidumbre. Rubén Darío lo dijo alguna vez todos tenemos en el fondo un cisne degollado. Y el inevitable Nietzsche nos advertía: “no hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas: míralo a la cara y con la frente bien levantada” (2011, p. 82). Esa actitud, valiente y hasta desafiante, puede ser más oportuna ante el drama humano que aquella otra, de un optimismo exagerado, casi mágico e infantil, muy ofrecida últimamente.
Colofón:
Nos parece mucho mejor que Eros venza a Tánatos en la batalla de la vida, que la utopía desplace a la distopía y que el amor sonría triunfante ante el odio mezquino y la maldad amarga. No nos matemos ni directa y finalmente ni de a poquitos. La vida a veces es hermosa y otras solo pierde el maquillaje por la lluvia intensa. La esperanza no es mierda a colores como cantábamos con el Sr. F. hace años, también es lo que permite a los corazones seguir latiendo.
Finalizamos estas líneas con una cita de la filósofa alemana Hannah Arendt que bien puede servirnos como un recordatorio de nuestras posibilidades y de nuestras limitaciones existenciales: Hay un precepto bajo el cual he vivido: prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga.
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Referencias:
· Calvo, C. (1974). Se escribe un poema. Conferencia ofrecida por el poeta el 9 de julio de 1974 en el Instituto Italiano de Cultura. Publicada en el Suplemento Dominical del Diario El Comercio, el año de su muerte (agosto, 2000).
· Denegri, M.A. (2017). Mixtifori. Conjunto de textos diversos. Lima: Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
· Fromm, E. (2016). El Corazón del hombre. México: Fondo de Cultura Económica.
· May, R. (2000). El dilema del hombre: Respuestas a los problemas del amor y de la angustia. Barcelona: Editorial Gedisa.
· Nietzsche, F. (2011). El Anticristo. España: Editorial Losada.
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