Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, profesor de Psicología
El hombre en busca de sentido es una lectura gratificante y estimulante. Trata de los padecimientos y reflexiones del psiquiatra Viktor Frankl durante su paso por campos de concentración nazis.
Le quitaron a su esposa, a sus padres y amigos, su trabajo, su dinero y hasta su nombre. Pasó a ser el número 199,104, una forma de lenta despersonalización. Nos cuenta cómo los prisioneros que habían perdido toda la fuerza, todas las ganas de vivir, sucumbían a las dificultades del campo. Los psicólogos sabemos que el estado del sistema inmunológico humano guarda una relación directa con las actitudes, las emociones y el estado de ánimo.
Llevado al campo debió pasar la incertidumbre (incomunicación con el mundo ‘de afuera’), la separación de sus familiares, el dolor, la humillación (pasa por una ‘desinfección’), la vergüenza, y el miedo. Como muchos de nosotros, él creció convencido de que había cosas que no podía hacer (como cuando faltan las comodidades y nos rehusamos a seguir).
Sin embargo, se percata de que puede sobrevivir sin dormir las horas suficientes, comiendo de manera miserable, sin bañarse, sin lavarse los dientes... Estas dificultades y tormentos hicieron que valore cosas muy simples como poder dormir, poder descansar, poder comer algo de papas cocidas –aquellas que alguna vez robó–, ver un amanecer.
Algunos prisioneros veían en el correr hacia la alambrada electrificada una rápida forma de quitarse la vida. Pero Frankl no. Y eso no deja de llamarnos la atención. ¿Por qué él no lo hace? ¿Qué lo ata a esta vida? ¿Qué lo ata a esa vida dolorosa que era estar en un campo de concentración nazi? Creo que es lo que el mismo Frankl trata de explicar en toda su obra.
La apatía es probablemente lo que más hace daño, la sensación que ya nada importa. Pensamos que una persona así de insensible y adormecida es más peligrosa que una neurótica.
¿Y cómo sobrevivió? Sobrevive gracias al amor a su esposa (de quien había sido separado), a su capacidad de aislarse de lo que pasaba para imaginarla o recordarla (vida interior), también apreciando esas pequeñas escenas bellas que nos ofrece la naturaleza (como un atardecer, una noche preciosa, un arco iris, un lindo día soleado o con una fina garúa). Otras formas eran el canto, la poesía, la fe, los proyectos y las metas, así como los chistes y el buen humor.
En una palabra, la actitud ante lo que nos pasa, eso depende de mí, soy libre de elegir la actitud que tendré ante lo que ocurre, ante lo que me ocurre. Para Viktor Frankl, un verdadero hombre es “el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado la cámara de gas, pero, asimismo, es el ser que ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración”.
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