JOSEMARY NUNCA USÓ BRAGAS TALLA S PERO TENÍA BUEN CORAZÓN
- Manuel Arboccó de los Heros
- hace 7 días
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Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, escritor y divulgador de temas psicológicos
Ciertamente Josemary no era una mujer atractiva pero quería sentirse deseada alguna vez. Quería vivir eso que había presenciado desde la pubertad en algunas de sus compañeras de carpeta. La pícara alegría de saberse poder encender las pasiones masculinas. Desde el colegio, estando en el último año veía como sus compañeros de clase botaban saliva por la boca cuando se levantaba del asiento Viviana, una preciosa chiquilla que apenas a sus dieciséis años ya traía locos a los alumnos del colegio así como a los propios maestros, incluido el director. Era una belleza.
Pero Josemary era más bien lo que se dice una gordinflona. La pobre tenía que lidiar con una cultura que asocia la belleza a la delgadez y ella, que tenía por herencia una predisposición a la gordura, se molestaba con sus genes y con su madre, a quien hacía responsable de su sobrepeso. Pero la madre era mitad responsable de aquello pues Josemary tenía buen apetito. Solía repetir el almuerzo cada vez que podía y devoraba con ansiedad cuanta chuchería se le cruzaba por delante. Digamos que ella tampoco ayudaba mucho para mantener un peso, al menos, promedio.

Imagen tomada de la web
El no estar en el centro de las miradas de sus compañeros y de haber sufrido esporádicos pero penosos episodios de acoso, o como dicen ahora los huachafos de bullyng, había generado que anide en su corazón una suerte de fastidio cuando no de odio hacia casi todos los hombres. Josemary los odiaba por cuanto ellos no la habían amado, no la habían respetado y valorado siendo ella una chica estudiosa, tranquila y generosa. Eligió Derecho al salir del colegio para buscar justicia y sanciones hacia todos los maltratadores, abusivos y machistas del mundo. Ya no agacharía la cabeza cuando le dijeran “ahí viene la ballena” o “suave con la cuerpo de poto”. Nunca más. Ahora iría al frente y se bajaría de un manotazo a cualquier estúpido e imprudente bravucón sexista.
Después de una pasiva etapa de resentimiento silencioso y nula participación social había pasado con los años a una postura confrontativa, rebelde y políticamente combativa. Se vestía ahora como le daba la gana y no se amilanaba para nada cuando compartía pistas de baile, salones o reuniones con mujeres estilizadas o exuberantes a quienes solía llamar mujeres absorbidas por este sistema patriarcal, machista y opresor con el que ella mantenía distancia.
Una tarde, Diego -un joven secretario del estudio de abogados donde ella hacía prácticas- la invitó a una fiesta que habían organizado los muchachos del despacho. Él era un tipo alegre, bromista y bien educado. Siempre la miraba y le demostraba afecto con pequeños detalles. Era la primera vez que alguien del trabajo la invitaba de manera particular para asistir –como pareja- a una fiesta. Josemary se sentía contenta, pues es bonito que alguien más –distinto de nuestros padres- nos muestre aprecio e interés.
Esa tarde salió un poco más temprano del estudio para irse a casa y con tiempo arreglarse y ponerse linda pues José, su amigo, pasaría por ella a recogerla a eso de las 9pm. La idea era “hacer las previas” en el departamento de Gabriela, una amiga mutua, y de ahí irse en grupo al local elegido para la ocasión. Los muchachos habían separado una zona vip del restaurante-bar donde podrían divertirse a sus anchas.
Dos horas después de haber cenado, ya distendidos en la zona del karaoke y con unos pisco sour encima Diego –quien se había sentado desde un inicio junto a Josemary- fue directo y le dijo al oído “me gustas Josemary, me gustas mucho, y quiero que me des una oportunidad para estar contigo. Creo que te amo”. Josemary no se esperaba ese comentario que consideró apresurado e inoportuno. Pero sobre todo machista: “¿Qué piensa éste? Que porque me lo dice yo voy a aceptar… ¿qué se creerá este huevón?, se dijo a sí misma.

Imagen tomada de la web
Ella había aceptado la invitación de Diego para ir a la reunión pero eso no significaba que él se lanzara de esa forma a declararle su amor, en un local de medio pelo, en medio de colillas de cigarrillos en el suelo, cervezas, piscos y la música cumbia que se escuchaba a todo volumen en el local miraflorino. Sintiendo un fuerte golpe de calor que le subía desde los pies hasta la tapa del cráneo ella se levantó de la mesa y gritó fuertemente “deja de acosarme maldito depravado, ya estoy harta”.
Luego de eso la reunión terminó para ella, salió fastidiadísima del lugar, tomó un taxi rumbo a su casa y una hora después lloraba llena de rabia en su cuarto pensando que había quedado como una loca mientras veía una serie en Netflix y comía con avidez una bolsa grande de papitas fritas Lays.
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