Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo-psicoterapeuta
El contexto era el siguiente: habían pasado dos guerras mundiales, las religiones dominaban la mente de las personas mucho más que ahora, las personas solían reprimir sus deseos y necesidades personales por hacer lo que sus padres, la familia, la iglesia, la patria, las costumbres imponían y al final, teníamos personas que no asumían con libertad y responsabilidad sus vidas sino que vivían según el estándar familiar y cultural de su tiempo. A algunos les resultaba, a otros no y éstos últimos solían ir a parar al diván de algún psicoanalista de le época.
De pronto, pasadas esas épocas de miedo, culpa y represiones, aparecieron los psicólogos y dieron pelea a esa forma tan limitada de vida. Llegaron las invitaciones a vivir nuestra vida, a pensar por nosotros y en nosotros y a darnos cuenta de nuestra singularidad “yo soy yo, tú eres tú”, “yo soy primero”, “tengo derecho a hacer lo que yo necesito”, “es mi vida”, “yo soy importante”, “yo debo amarme”, “yo debo pensar en mí” y muchas otras frases se empezaron a poner de moda en una sociedad donde el hombre se había colocado en un segundo lugar frente a los imperativos éticos nacionales, religiosos y familiares. Y pensamos que eso estuvo bien, en ese momento.
Pero hoy ya no funcionan más. Hemos abusado de esos “yo quiero…”, “yo necesito…”, “yo pienso primero en mí…”. Por eso hablamos de ese “yoyismo” que observamos en muchos lados.
Por ejemplo, en muchas familias los hijos solo desean hacer lo que quieren y olvidan que también deben hacer ciertas cosas (responsabilidades). Los hijos tienen también responsabilidades frente a su hogar, se deben a sus padres mientras estos los acogen en casa y los mantienen. Pero muchos hijos han sido formados para ser unos engreídos, majaderos y malagradecidos incapaces de limpiar el baño, de preparar un desayuno para sus padres o de pagar ellos –ya grandes- una cena familiar en una salida de noche. Incapaces, sin iniciativa, esperando siempre recibir “todo para mí”, “ellos deben darme y darme”, “su deber es mantenerme, yo no pedí nacer”. Discúlpenme si suena fuerte, pero todos esos comentarios son solo basura. No sirven, no afianzan vínculos, no fortalecen el concepto de familia, no suman.
En las escuelas (y universidades) los chicos no quieren obedecer a sus maestros, no desean hacer tareas ni recoger la basura del piso que ellos tiran, “para eso está la que limpia”, “es aburrido”, “no me molesten”, “déjenme en paz”, “¡qué pesado!”, más de lo mismo. Es muy probable que muchos solo sean el modelo de sus propios padres, esos mismos padres que no cumplen sus obligaciones, no pagan las mensualidades asumidas, no cumplen con el Estado, no crían de forma oportuna e inteligente a los hijos que han traído al mundo, siempre atentos “a sacarle la vuelta” a todo lo que se pueda.
Imagen tomada de: https://www.google.com.pe/search?hl=es-419&biw=1366&bih=657&tbm=isch&sa=1&ei=A6g_XPysKtLk_AbYuqegAw&q=solo+yo+yoismo&oq=solo+yo+yoismo&gs_l=img.3...19068.22035..22279...0.0..0.204.2652.0j13j1......0....1..gws-wiz-img.....0..0i67j0j0i8i30j0i24.SHi5N5fVzzI#imgrc=YMagPy8qO8_VHM:
Hay también centros universitarios donde se forma a los muchachos –que ya llegan pensando solo en ellos- bajo una mentalidad de éxito empresarial al más puro estilo egoísta, mercantilista y material. Capitalismo al estilo más salvaje posible. Los valores sociales, ambientales y éticos son cosas poco importantes y lo que sí importa es que tengas tu empresa y seas rico en el menor tiempo posible. Si contaminas el ambiente, engañas al Estado o no brindas los salarios justos y procuras un buen clima a tus empleados y los respetas, es lo de menos. Todo eso se arregla con un abogado.
Dejemos, los que alguna vela tenemos en esto, de seguir malogrando las cosas cuando invitamos a la gente a que solo se vea a sí mismo, es conocido que algunos clínicos solo trabajan la importancia del yo (tú primero, tú segundo y tú tercero). Estas personas, solo centradas en sí mismo, van a estrellarse con la realidad al final. El mundo ya no soporta más egocéntricos ni narcisistas. Necesita gente que sin dejar de lado sus convicciones, sus necesidades y sus deseos, sea capaz de vivir en comunidad, de vivir con otros (sea en una casa, un edificio, una empresa o una escuela). La convivencia es difícil, eso ya se sabe, pero entrar a una con la absurda idea que “solo soy importante yo y mis deseos” llevará finalmente al choque más brutal y triste, y quizá a la separación. Hoy vemos muchachos en cuya escuela ya nadie los soporta, igual pasa en los edificios de departamentos con vecinos impresentables y en las oficinas.
Yo soy importante pero tú también. Hay que invitar también a ver al otro, al compañero valioso, al familiar que nos espera y al cual nos debemos pues nos ama y sí me fijo bien puede ser parte de nuestro bienestar inclusive. El yoyismo ya cumplió su propósito, ya caducó. Ya no es útil en estos tiempos.
Es muy significativo que “en el país de la libertad”, los EEUU, haya solo una estatua de la Libertad y no una estatua de la Responsabilidad como alguna vez el logoterapeuta VIktor Frankl lo propuso. La gente grita en las calles -aquí y allá- por sus libertades, nunca he escuchado que salgan a las calles a gritar por sus responsabilidades. Responsabilidades como padres, como hijos, como estudiantes como empleados y como jefes, como autoridades y como amigos. Finalmente, responsabilidades como humanos.
Si solo pensamos que somos el ombligo del mundo y que solo importan mis necesidades y mis objetivos, es probable que nos volvamos unos narcisistas engreídos insoportables y que nos quedemos solos o que nuestros vínculos sean pobres, pues dos egoístas no hacen una pareja ni una familia ni una empresa.
Así es. Está bien pensar en nosotros y en nuestros sueños, pero no descuidar el cariño de quienes nos aman, familia y amigos. El regalar a ellos también algún momento o detalle para alegrarles el día y no sólo alegrarnos a nosotros mismos. Y no sólo eso, el preocuparnos por el bien de otros, o el simple hecho de ser felices por ver a quienes queremos felices también es creer que el otro es importante.