Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, educador y ensayista
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Según la Policía Nacional del Perú, en el 2016 se impusieron 11,718 papeletas por exceso de velocidad. Y en el 2017, la cifra se cuadriplicó: 46,226. Pareciera así que los conductores son cada vez más irresponsables.
Otra cifra de espanto: en los últimos 18 años han fallecido 12,240 personas en las pistas, lo que hace un promedio de dos personas al día. Las principales causas de los accidentes son el exceso de velocidad, la imprudencia del conductor y la imprudencia del peatón.
En los primeros 50 días del año, se van contando 20 feminicidios. ¡En menos de dos meses! Ese número, lamentablemente, seguirá creciendo en las próximas semanas.
Estos dos temas –los accidentes de tránsito y los feminicidios– sirven para recordar lo poco que consideramos al otro. Ese prójimo (próximo) que pareciera ser visto como una cosa o un medio, o ambas al mismo tiempo. Cosificación de la mujer, cosificación del trabajador (hoy ridículamente llamado ‘colaborador’), invisibilidad del oprimido, invisibilidad del que sufre (salvo que sea útil para algún programa de la llamada ‘televisión basura’). Y en medio de programas televisivos sosos, noticieros que nos asustan todos los días, publicidad permanentemente invitando al consumo, canciones vacías muy escuchadas por los adolescentes y jóvenes, y con eso que ha sido bautizado como la posverdad circulando en noticieros y redes sociales, nos vamos moviendo en un mundo menos respetuoso, menos inteligente y poco sensible. Menos ético y menos estético. Apenas conversamos, apenas nos miramos a los ojos.
Decía el gran actor Marlon Brando, en una entrevista allá por los años 60, con el periodista Lawrence Grobel: “Nadie quiere pensar en temas sociales, en la justicia social. Y estos son los grandes temas a los que nos confrontamos. Ese es uno de los dilemas de mi vida. A la gente no le importa un comino. Pregunte a la mayoría de jóvenes sobre lo que pasó en Auschwitz, o sobre la forma en que a los indios norteamericanos se les asesinó como pueblo y territorio, hasta más no poder, no saben nada sobre el tema. Y no quieren saber nada. La mayoría de la gente solo quiere su cerveza o su culebrón o su canción de cuna”.
Cierto, la mayoría de la gente solo vive, sin detenerse a pensar, a promover o propiciar algo que vaya más allá de uno mismo. Estamos en la sociedad ensimismada. Andamos, finalmente, atemorizados de que un delincuente, un terremoto o un cáncer se traiga abajo nuestro castillo de arena. Compramos seguros de todo tipo y siempre guardamos algún psicofármaco en casa. Miramos más al equipo telefónico que a nuestros hijos y pareja, y, asustados como estamos, somos presa fácil del consumo impulsivo, de la incertidumbre y el vacío. Y eso impide ver al otro como un ser tan válido como uno mismo; lo vemos más bien como amenaza.
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