Por Mag. Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo clínico, logoterapeuta y docente
Se llama anestesia a aquella sustancia que produce una pérdida parcial o total de la sensibilidad. Podría pensarse en un proceso médico quirúrgico al hablar de anestesia y anestesiados, pero la búsqueda de formas alternativas de sedarse, y así dejar de sentir (sobre todo tensión o dolor) son tan antiguas como la civilización misma. Ahora lo vemos claramente en el mundo del alcoholismo y la drogadicción; el consumidor busca anestesiarse, dejar de sentir, olvidar, aunque sea por un momento aquello que no puede encarar de su vida: sus vergüenzas, sus tristezas, la incertidumbre, el rencor o sus minusvalías.
La venta de analgésicos es un negocio multimillonario. En muchos países los ansiolíticos (junto con los antidepresivos y los antipsicóticos) son recetados y comprados todos los días, adquiridos por personas que no pueden sobrellevar sus tensiones, insomnios, aburrimientos y desasosiego. De ahí que nos hacemos la pregunta, ¿le conviene a la industria farmacéutica que la gente esté más tranquila, más serena, más feliz? ¡si es precisamente por el desequilibro físico y psíquico que la gente hace colas para la adquisición de químicos con los cuales reducir sus dolencias! Aunque suene contradictorio, económicamente parece muy rentable que la gente ande angustiada, en vez de que aprendan a afrontar sus vicisitudes con mayor creatividad existencial y valentía.
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Nos enteramos en la clínica, de chicas jóvenes que se autolesionan, suelen cortarse las manos, las muñecas y las piernas (ahora llamado cutting siguiendo la moda de los términos en inglés) y quienes, al ser consultadas al respecto, señalan si dudar que de esa forma dejan de sentir el otro dolor, el dolor emocional. Curioso, reemplazan el dolor psicológico, por un dolor físico por ellas mismas infringido.
El psicoanalista argentino Ernesto Sinatra tiene una definición muy interesante de droga: “la droga, dice él, es la madre instantánea”. Efectivamente, cuando el bebé llora por hambre o alguna incomodidad, la madre al tomarlo entre sus brazos y darle la leche consigue que el pequeño deje inmediatamente de llorar, en ese sentido lo alivia, lo tranquiliza, lo seda. Si recordamos el rostro de un bebé que acaba de tomar su alimento hasta llenarse, reconoceremos en él a un pequeño con rostro de ebrio, a un pequeño ser drogado de ese primer elemento vital, la leche cálida de su madre. Quizá luego, ante la carencia de otros mecanismos -más maduros, saludables e inteligentes- buscaremos un reemplazo postizo de esa madre anestesiadora, ya sea con las drogas, el alcohol, las pastillas o lo que fuese.
Y al sistema social actual le conviene tener a la gente anestesiada, y para eso no solo nos ofrece sus sedantes, sino que vuelve loca la vida de la gente, con su publicidad, su música, sus noticias y sus valores del mercado. Nos enloquece y al mismo tiempo, nos medica. Negocio redondo.
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