Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, escritor y profesor de Psicología
Para muchas personas, diciembre y estas fiestas de navidad significan un tiempo de goce, de cercanía, de agasajos y de estrés también. Una vorágine de comprar, andar de prisa, tráfico intenso, tiendas abarrotadas y el corazón a mil por hora. Fin de las clases escolares y universitarias, mayor tiempo de los chicos en casa, gratificaciones, brindis por aquí y por allá y la expectativa por pasarla lo mejor que se pueda con las personas que queremos y con aquellos que amamos.
Para otras personas, diciembre y navidad cobran un significado distinto. Pensemos en aquellos que están lejos de las personas que aman; o peor aún en aquellos que han perdido a un ser querido (la muerte se sentará también con ellos en la mesa navideña). La navidad los agarra en pleno duelo, el dolor está aún fresco y será difícil no vivirlo cuando vemos en el medio que parece existir una suerte de imperativo de SER FELIZ. La alegría del otro y la alegría intensa sobretodo, me hunden más en mi pena, en mi desamparo; “porque tú me recuerdas lo que a mí me falta” podría decir el sujeto -en un arranque de consciencia- que no la pasará tan bien en estas fiestas.
Pero mientras el dolor es inevitable y hasta necesario, el sufrimiento puede ser opcional y hasta podemos brindarle algún sentido (V. Frankl). El dolor ante la ausencia es la cuota que debemos pagar por haber amado a alguien que partió, y esto no es una posición depresiva o pesimista, sino existencial. Solo podemos sentir dolor ante la pérdida de algo que valoramos, que queremos, que amamos. Pero también podemos hacer algo con nuestro dolor, por ejemplo puedo convertirlo en sentido, puedo transformarlo en una acción social o en una actividad artística y creativa; puedo aliviar el dolor con los recuerdos gratos vividos con ese familiar o amigo que ya no está. Al tomar consciencia de la fragilidad de nuestra existencia puedo valorar los vínculos que hoy tengo o podría orientarme a los demás (trascendencia).
Cuando aún encuentro lo valioso en mi vida, cuando perdí algo pero me percato que tengo o puedo conseguir algo más, cuando dejo de mirarme el ombligo para mirar al frente y descubro a alguien que me mira o descubro un propósito, un sentido –por pequeño que sea- es que el sufrimiento se transforma en esperanza, en ganas, en fuerza que me permitirá sobreponerme a la dificultad, al dolor ahí presente.
Para muchos esta será la primera navidad que pasarán sin mamá, sin papá, sin el abuelo o sin el hijo querido que partió muy pronto. Físicamente ya no estarán pero sus sonrisas estarán presentes en todos nosotros.
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