Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, articulista y docente
Hace unos años se reveló que el 65% de los cerca de tres mil menores de edad (1) que dejan los centros de rehabilitación del país (que suman diez a la fecha) vuelven al mundo del delito tras cumplir sus condenas, según un informe (2) elaborado por el Poder Judicial y el Instituto Nacional Penitenciario (INPE). Y estas cifras solo consideran a los menores que han sido capturados y atendidos pero hay otro buen porcentaje que aún vive en la clandestinidad y la impunidad.
Hoy hablamos de factores pre-criminógenos, es decir situaciones que significan un riesgo al poder servir de base para la aparición de nuevos criminales. Por ejemplo, personas que viven el marginamiento del desarrollo económico y cultural, hundidos en subculturas de violencia e inmoralidad, familias disfuncionales donde los padres no cumplen su labor, descuidan a los hijos y abusan de ellos (algunos narran haber sido castigados físicamente con cadenas, mangueras y palos, a otros y otras los violan sexualmente), sufren abandono y desintegración familiar, viven en vecindarios tugurizados y rodeados de gente de mal vivir, además sus padres u otros familiares tienen ingresos a penales o viven en medio del delito y lo ilegal. Muchos de estos niños no tienen quien se encargue de ellos, no son llevados a la escuela y sus posibilidades de salir de esto son tan precarias como su vivienda. Si a eso le sumamos posibles predisposiciones biológicas para el comportamiento impulsivo y violento y ciertas psicopatologías como pueden ser trastornos del desarrollo, cognitivos y afectivos, la combinación resulta mortal. Nos preguntamos si no seriamos también nosotros un delincuente después de haber vivido esto que ahora exponemos.
Convertirse en un vendedor de drogas, un ladrón, un secuestrador o un asesino a sueldo puede ser atractivo para muchachos que viven en la marginalidad y la delincuencia. Provienen de ambientes disfuncionales y llenos de patologías donde tanto la pobreza emocional como la moral son cotidianas. Mafias de delincuentes prontuariados los reclutan en algunos lugares de Lima, el Callao y del resto del país, les dan dinero, comida y a veces hasta techo, los convencen (cosa no muy difícil) y los emplean como mano de obra barata conociendo que ante la ley estos adolescentes no cometen delitos sino solo infracciones. Este problema se hace más notorio en América Central, pero ya estamos viendo casos en nuestro país hace algunos años.
La familia construye o destruye la personalidad de un individuo. Muchos de estos jóvenes presentan un historial de rechazo social, abuso verbal y sexual. Psicológicamente, la soledad y el rechazo desde pequeños llevan al resentimiento, al miedo, a la confusión y a la violencia y disminuyen la empatía y sentimientos como la compasión, la ternura y el amor. Así se convierten en personas que no logran captar emociones ajenas, solo son capaces de experimentar procesos afectivos básicos como el miedo, la ira, o el odio y la envidia. La situación se complica al no poder realizar estudios. Casi todos ni siquiera han concluido el colegio, y la posibilidad de estudios universitarios es inexistente. Sin educación no hay muchas opciones. Los que hemos tenido ese apoyo sabemos de las posibilidades que esta preparación nos da en el desarrollo personal y laboral, cuando no en el económico y de ahí en las oportunidades de una vida variada, cómoda y autorrealizada. Si estos jóvenes no estudian y no trabajan son mucho más vulnerables a las personas adultas de mal vivir con las que ellos suelen rodearse ante la carencia de padres adecuados o de un ambiente social saludable.
La personalidad antisocial tiene dificultades para aceptar normas y guiarse por ellas, suelen actuar de manera agresiva, desafiante, cínica y egocéntrica. Insensibles al dolor ajeno, con limitaciones intelectuales, carentes de juicio crítico ante las acciones propias y sobre todo, sin un proyecto de vida con lo fundamental que es esto en el desarrollo de toda persona.
Reconociendo bien las características y las causas de estos fenómenos sociales, morales y psicológicos, es necesario que nuestras autoridades convoquen a especialistas probos e interesados para buscar las formas de solucionar o al menos disminuir el crecimiento de jóvenes y niños que ingresan por la puerta falsa al escenario de la vida. No negamos que deba existir un cierto nivel de represión en cuanto a operativos, arrestos, y condenas (aunque hay primero que discutir la situación de estos casos de delincuentes tan jóvenes ya que sería peor detenerlos junto a delincuentes mayores y quizá ya sin posibilidad de cambio) sino sobre todo trabajar a nivel de promoción del desarrollo juvenil y un mejor soporte social así como a nivel de prevención para evitar que este problema se convierte en una epidemia.
Referencias:
(1): https://cdn.www.gob.pe/uploads/document/file/1752478/INFORME-ESTADISTICO-2020.pdf.pdf
(2) https://diariocorreo.pe/peru/menores-dejan-reformatorio-delinquir-784249/
Comments