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MOSCAS EN LA MENTE

  • Foto del escritor: Manuel Arboccó de los Heros
    Manuel Arboccó de los Heros
  • 9 ago
  • 5 Min. de lectura

Por Manuel Arboccó de los Heros

Psicólogo, escritor y divulgador en temas psicológicos



“No existe un medicamento en el mundo que pueda soportar a quien posee la intensidad vital tan debilitada desde el comienzo”

Herman Hesse (El lobo estepario)

 




I.

 

Se sentía cansado. Saturado de escuchar las infelicidades de sus pacientes. Necesitaba vacaciones y era consciente que corría el riesgo de brindar una mala atención si seguía trabajando al mismo ritmo. La última vez que salió de vacaciones fue hace tres años y desde entonces no había tomado pausas porque no lo había necesitado, pero el último fin de semana se preocupó. Un dolor vago en la espalda se intensificó y casi no lo deja levantarse de la cama primero, y del sofá donde atiende, después.



Conocía el impacto en el organismo del estrés y si bien su trabajo le agradaba y tenía mucho sentido, últimamente sentía pequeños alivios cada vez que un paciente llegaba tarde a sesión, o mejor aún cuando faltaba a ella. Sabía de memoria el desgaste físico y emocional que significaba ser psicólogo clínico y entendió que había detectado las primeras señales de hartazgo. Si bien no tenía una lista considerable de pacientes que atender, tenía unos cuantos que exigían más de la cuenta, en especial los depresivos y los adictos.



El espíritu bajoneado, el autosabotaje, el reclamo constante y la seria dificultad para motivarse al cambio eran manifestaciones que exprimían a cualquiera. Por ejemplo, su paciente de los martes, al que vamos a llamar EL SEÑOR DE LAS MOSCAS debido a su enorme placer por este texto de Golding. Tenía ya casi 50 años, educación universitaria, un divorcio encima y una hija de 29 años que no frecuentaba. Su labor paterna se redujo -en su momento- a la de proveedor económico. Dar dinero durante la infancia, dinero para el colegio y más dinero para los años de universidad. Regalos enviados por delivery durante la niñez y la adolescencia, hasta que un día al culminar la universidad, su hija no le recibió más ningún presente y se los empezó a devolver. Al tercer obsequio devuelto, el señor de las moscas entendió el mensaje y optó por el silencio y un distanciamiento aún mayor. Tiempo después se enteró que su hija era ya una importante arquitecta que trabajaba exitosamente para una inmobiliaria capitalina.

Pero este paciente, que se acercaba ya al medio siglo de vida, tenía varias deudas existenciales pendientes, y no solo con su hija y su ex esposa sino con sus propios padres. Se casó muy joven, casi apenas alcanzando la mayoría de edad. Fue su primera pareja y para ella él fue su primer hombre. Muy jóvenes para sacar adelante una relación que luego se transformó en familia. Familia fallida. Curiosamente no les fue tan mal en ese momento, el tiempo pasó y cerca de diez años después se terminarían casando “por primera y única vez” decía él. Pero ese matrimonio solo duraría dos veranos. La convivencia, las obligaciones, manías propias y ajenas y la poca compatibilidad sexual terminó volviendo en insufrible lo que comenzó como toda relación inicial con buen augurio.



Esta es parte de la historia del señor de las moscas. Hoy era un hombre melancólico, lleno de culpas, a veces malhumorado y con una actitud pesimista hacia el amor de pareja, la familia y el futuro. Su único pasatiempo era el cine. Si tuviera tiempo podría ver todo el día distintas cintas. Era un cinéfilo que se sentía atraído sobre todo por películas no tan comerciales, alternativas, de las llamadas “de culto”. Ese había sido otro de los momentos de tensión pues su ex esposa gustaba de historias graciosas y románticas sobre todo mexicanas y gringas. Películas que el detestaba, mientras que ella consideraba un tormento el cine alemán, sueco o francés.


Imagen tomada de la web
Imagen tomada de la web




 

II.

Nos detenemos por ahora a hablar de este paciente en especial porque luego de su última sesión es que nuestro amigo el psicólogo percibió que era momento de un alto en su trabajo. Y la historia fue como sigue, y trataré de ser lo más fidedigno en el relato:

Esa noche, su paciente llegó diez minutos más temprano que de costumbre y con muchos deseos de llorar. Como no tenía más consultas en ese momento, su terapeuta lo recibió y atendió y procedió a conversar con él escuchando una historia muy pero muy extraña. El señor de las moscas había soñado con su psicólogo. “He tenido un sueño raro, pero con usted doctor”, le dijo apenas se sentó en el sofá del consultorio. “A ver, cuéntame cómo fue ese sueño”.



En su sueño, que relató con no poca ansiedad, pudor y algo de miedo, pues tartamudeó en una parte, el señor de las moscas ingresaba abruptamente al consultorio y lo apuñalaba varias veces con mucha rabia en la espalda, el pecho, la cara y los genitales; y realizó la estacada final en el ano de su psicólogo, mientras se encontraba con una fuerte erección.



Sorprendido por tanta hostilidad acumulada y simbolizada en el sueño, el terapeuta indagó si había algo de lo trabajado días antes que hubiese generado un disgusto específico en su cliente. Si bien no se precisó ningún evento o diálogo en particular si apareció el recuerdo de un comentario feliz del psicólogo en relación al papel de los padres en la vida socioemocional de los hijos. El psicólogo había olvidado que el señor de las moscas había sido un mal padre y cuyo padre -si bien convivió con él y su madre- había hecho también un pésimo trabajo, pues no solo se trata de vivir bajo un mismo techo sino de forjar una familia.



imagen tomada de la web
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El señor de las moscas se retiró de aquella sesión -de hacía casi tres semanas- movilizado emocionalmente, pero sin decirle ya nada más a su psicólogo, guardándose un sin sabor que fue fermentando en su inconsciente. Al salir de aquella consulta se decidió llamar a su hija para solicitarle una disculpa y luego a su propio padre para brindarle el perdón, pues perdonar es también quitarse un peso de encima.

Esa noche previa, antes de su sesión, ocurriría que todo le salió mal. Al escuchar su voz por el teléfono su hija, sorprendida y fastidiada, lo despreció y le pidió que por favor no la llamara nunca y que estaba mucho mejor sin él. Y así, conmovido y con las pocas fuerzas que le quedaron, llamaría a su padre, pero en vez de expresarle su aprecio y deseos de reconciliarse solo atinó a decirle que lo odiaba, que lo odiaba mucho por toda la violencia y zozobra que les generó a su madre y a él, culpándolo por la aparición de un feroz cáncer uterino que se llevó rápidamente a la madre cuando él aún no acababa la universidad. Y encima, antes de colgar el teléfono y poseído por una enorme cólera le mentó la madre.

 




Colofón.

Este relato activó también, en parte, algunos recuerdos de la infancia del psicólogo y de su propio padre, que, si bien no había sido tan hijoeputa como el del señor de las moscas, si había marcado en parte sus propias dinámicas paternas y quizá hasta su inclinación de hacerse psicoterapeuta.

 


 
 
 

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