Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, divulgador y profesor de Psicología
No te tomes TAN en serio, no eres TAN importante, “todos somos más o menos estúpidos, la idea es ser un estúpido ligero”, dice Denegri recordando a Mussolini. Gran parte de nuestros sinsabores y sufrimientos están en el hecho de tomarnos todo muy en serio y todo el tiempo, olvidando que todos (y cuando decimos todos, nos referimos a TODOS, incluyendo autoridades, estrellas del deporte, grandes autores, premios Nobel y ganadores del Óscar) todos, insistimos, somos también algo insignificantes, algo pequeños, algo torpes, finalmente somos seres finitos, aves de paso y llenos de defectos.
Llegamos a este planeta, hacemos algo de ruido, aprendemos cosas buenas y no tan buenas, formamos vínculos, encontramos algún talento, trabajamos, festejamos, lloramos, nos caemos y nos levantamos, compartimos, nos ayudan, ayudamos, maduramos, colaboramos con la perpetuación de la especie, le damos un sentido a las cosas, consumimos, producimos, envejecemos, decaemos y finalmente morimos. Eso si somos optimistas, pues pueda que alguna fatalidad acorte nuestra presencia en el planeta y la cosa termine mucho tiempo antes. Por eso la muerte de niños y de gente joven, nos deja un sin sabor, la sensación de una derrota anticipada frente a la muerte, de una injusticia, cuando no de absurda.
No te tomes TAN en serio, no eres TAN indispensable. Por más que sepas un montón o tengas un título, dos maestrías y tres doctorados, no eres un ser enorme, no eres una eminencia, acéptalo. No existen dioses en la Tierra. Somos puntos minúsculos en el universo, microscópicos comparados con el cosmos. Pero si de algo se ha convencido el ser humano (o nos lo hacen creer de pequeños) es que somos la “divina pomada”, siempre debiendo quedar bien parados y demostrando nuestros talentos a cada momento que se pueda (marcando así las “diferencias”): “¡hijo, demuéstrales quien eres!” o “¡demuéstrales de qué estas hecha!”, frases que pueden servir para tomar fuerza y enfrentar una competencia pero que no reflejan realmente la grandeza descomunal de ningún ser humano. Nadie es mejor que nadie y nadie es peor que nadie, le dice Sócrates a Dan en la película “El guerrero pacífico” del director Victor Salva (EEUU, 2006), en una de las escenas, mientras comparten tranquilos un trago en el bar.
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No tomes tan en serio la vida, nunca saldrás vivo de ella, decía Groucho Marx. Y efectivamente, no olvidemos que somos seres finitos, circunscritos, perecederos, por eso mientras vivimos hay quienes intentamos dejar alguna huella, trascender, disfrutar y compartir algo valioso con los demás. La vida es muy corta y eso precisamente –y paradójicamente- le da sentido a la existencia. De vivir dos mil o doscientos mil años, estaríamos mucho más cansados y aburridos; más si la vida fuera eterna, sería insufrible, agobiante, una pesadilla. Como el personaje del cuento condenado mágicamente a no poder morir, que vaga solo por las tierras buscando la forma de quitarse la vida, sin lograrlo.
No reírse de nada es de tontos y reírse de todo es de estúpidos, sentencia otra vez el gran Groucho. Y le creemos.
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" Llegamos a este planeta, hacemos algo de ruido, aprendemos cosas buenas y no tan buenas, formamos vínculos, encontramos algún talento, trabajamos, festejamos, lloramos, nos caemos y nos levantamos, compartimos, nos ayudan, ayudamos, maduramos, colaboramos con la perpetuación de la especie, le damos un sentido a las cosas, consumimos, producimos, envejecemos, decaemos y finalmente morimos. Eso si somos optimistas, pues pueda que alguna fatalidad acorte nuestra presencia en el planeta y la cosa termine mucho tiempo antes. Por eso la muerte de niños y de gente joven, nos deja un sin sabor, la sensación de una derrota anticipada frente a la muerte, de una injusticia, cuando no..."
y tantos brebajes más con sabor de veneno, que a veces es bu…