Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicoterapeuta y profesor de Psicología
Joker (o el guasón, el bromista) es el nombre de la última película de Todd Phillips, donde Joaquin Phoenix –galardonado con el Premio Oscar de la Academia- interpreta al famoso villano del universo de los DC Comics.
Imagen tomada de: https://www.google.com/search?q=EL+JOKER&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=2ahUKEwiOm9KJxuTqAhXCHbkGHUjKAeYQ_AUoAXoECBgQAw&biw=1366&bih=657#imgrc=uJmVamOEM7N8xM
La versión presentada gira en torno a la creación del Joker y nos retrata como se va dando vida a un criminal, cuando desde pequeño Arthur Fleck no llega a ser criado por sus padres biológicos, es un pequeño abandonado que llega a ser tomado en adopción por Penny Fleck, una mujer enferma mentalmente que no puede hacerse cargo correctamente del niño y cuya pareja abusa tanto de ella como del pequeño Arthur. En una escena de la película se recuerda que el niño fue encontrado atado a un radiador en medio de la suciedad de a casa y con una fuerte contusión en la cabeza y ya se sabe que todo abuso deja secuelas corporales y psíquicas. Somerset Maugham en su libro Soberbia es atinado al escribir lo siguiente: No es cierto que el dolor ennoblezca los corazones; la felicidad lo consigue algunas veces; pero el dolor, en la mayoría de los casos, hace a los seres humanos mezquinos y rencorosos. De pronto Viktor Frankl, creador de la logoterapia, precisaría, sobre todo el dolor al que no se le ha encontrado algún sentido, algún para qué.
Vemos, así como la historia del niño comienza muy mal, con el infortunio de no contar con una familia estable, amorosa y cuidadora. Martin Buber nos enseñó que nadie puede ser, si no es en el encuentro, este ser del pequeño Arthur nace así del abandono. El cuidado es una forma del ejercicio del amor y el amor afirma la condición de ser humano o como diría el filósofo español Carlos Díaz soy amado, luego existo. Recordemos que las rupturas del cuidado producen esa actividad llamada psicoterapia. Aunque Karl Jaspers nos advertiría que la psicoterapia no puede devolvernos lo que la vida no nos brindó en su momento.
Viviendo en medio de la pobreza y las dificultades materiales la película nos muestra en el presente a un hombre de frágil salud mental trabajando como payaso y es simbólico que una de las primeras escenas nos expone ante la violencia gratuita de la que es objeto Arthur por parte de un grupo de muchachos que no ven mejor forma de matar el tiempo y divertirse que robándole su cartel (recordemos que en ese momento él trabajaba haciendo publicidad a una tienda) y golpeándolo sin piedad en el piso, por nada, por el simple y malvado hecho de dañar al otro. De no verlo como un tú válido, de no respetarlo como un ser humano. Luego de esto -la injustica es una constante en su vida- será el propio protagonista el que tendrá que reponer el costo del cartel pues el jefe no le cree, su palabra no tiene mayor importancia; y nuevamente la víctima es revictimizada. La ausencia del mencionado sorge (o cuidado) es una constante que lo rodea. Recordemos a Martín Heidegger y el sorge. El sorge es aquello que nos humaniza a través del cuidado, la atención y la preocupación; la conocida expresión alemana Dasein se forma en este cuidado; y el mundo interno del ser humano (eigenwelt) es posible solo gracias a ese cuidado. En esa misma línea el mitwelt o dimensión social de la existencia también venida a menos en Arthur va configurando pues una existencia fracturada. Hay, también, una desvalorización del DASEIN en los cuadros depresivos.
Arthur es un hombre que convive con su madre en una humilde vivienda, percibiendo el mundo como muy amenazante y es en la casa y con su madre donde se siente a salvo de esta sociedad hostil. Hasta observamos en una escena que comparten la cama al dormir, simbiosis con la madre como señal de su incapacidad para asumirse como un adulto autónomo. En una de las escenas nos dice: “es mi imaginación o todo es una locura afuera”, esta expresión dicha por alguien que ha sido catalogado como loco e internado tiempo atrás en un sanatorio mental muestra la dificultad para separar lo real de lo imaginario, lo externo de lo interno. Y si afuera es una locura, ¿por dentro también lo es?
Transcurre el tiempo y pierde el empleo de payaso que en algo lo ayudaba con los gastos diarios, al mismo tiempo se termina el servicio social que le brindada apoyo psicológico y farmacológico, dejándolo sin la posibilidad de dialogar y narrarse y sin la medicina que le permitía, nuevamente diremos “en algo”, disminuir sus crisis personales. Arthur tomaba hasta siete tipos distintos de psicofármacos y aun así se sentía mal. Esto nos confirma que la toma exclusiva de píldoras no solucionan los dilemas de la vida. El psicofármaco es el paliativo mientras encontramos alguna solución o postura final ante el problema vital. Queda entonces sin dinero, sin trabajo, con un problema neurológico que lo hace reírse compulsivamente cuando menos se espera eso, sumado a una personalidad muy frágil como su figura y una enfermedad mental que anda latente esperando para manifestarse a toda luz. La vida es caminar, ir, tener proyectos, no solo es el aquí y el ahora, tan repetido por ahora. Pero Arthur carece de ese proyecto existencial.
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Escenas de confusiones alucinatorias se suman para complicar el cuadro. Escenas donde la presencia de una compañera mujer (la vecina) o de un amigo que lo quiera como padre (el conductor Murray Franklin), reflejan la insatisfecha necesidad de compañía que lo mal trae. No buscamos justificar la conducta criminal del protagonista más si intentar comprender su vida. Este rechazo al sistema, a la norma, a la autoridad quizá como consecuencia de un descrédito y odio terrible a los propios padres que son los que inicialmente representan esa consciencia moral pública. El problema del mal, puede ser entendido como un problema filosófico (consciencia, razón, libertad) tanto como un problema psicológico (mecanismos neurofisiológicos de la conducta agresiva, desarrollo moral) o como un problema socio cultural (circunstancias que inhiben o estimulan la agresividad, comportamientos sociales).
Con el transcurrir de los eventos se va perdiendo su ya débil conexión con una sociedad en la que no encaja ni le da mayor chance de encajar. Deja de escribir en su diario (tarea psicoterapéutica) pues escribir nos permite expresar nuestras frustraciones, dolores, alegrías, incertidumbres. Se puede observar los giros y cambios en la caligrafía y la aparición de dibujos bizarros, oscuros deformes, como símil de su psique. ¿Hasta qué punto Arthur puede ser libre y responsable en estas condiciones? cuando su existencia se apoca, se “oscurece” desde el inicio. ¿Cuán libre y responsable frente a una fuerte psicopatología que puede ser entendida una situación límite? En dos oportunidades el protagonista llega a decir “solo espero que mi muerte tenga más sentido que mi vida”. La psicología fenomenológico-existencial reclama la consciencia del hombre porque ahí radica su libertad y su responsabilidad.
Arthur padece una muy rara enfermedad por la que tiene ataques de risa incontrolables, que no van necesariamente asociadas a la felicidad o al placer, incluso lo vemos riendo en situaciones tensas. Esto le traerá muchos problemas y nuevas agresiones de quienes –fuera de toda posibilidad de comprensión empática, término rogeriano- lo ven como un “raro”, un “extraño” que merece ser atacado inclusive. De un episodio así, en un servicio de transporte público Arthur cometerá su primer asesinado múltiple. Y luego de esa primera experiencia de poder y suficiencia destructiva no volverá a ser ya el mismo. Él mismo pensaba que experimentaría culpa pero llega a considerarlo luego liberador. Liberador porque es un sujeto que implota, diría de pronto Frederick Perls, que se guarda toda la bronca de situaciones injustas y solo opta por callarse y sonreír, pues su mamá le dio el imperativo de poner siempre “su mejor cara”. A propósito un payaso es aquella persona, generalmente artista de circo, que hacer reír con sus chistes, apariencia, comentarios y gestos; pero también decirle a alguien payaso puede ser entendido como algo despectivo: un ridículo, un chocarrero, un mal educado o un tramposo. De ahí que el pueblo inconforme –una vez más- con sus autoridades sale a marchar a las calles de ciudad Gótica con carteles y máscaras donde señalan “todos somos payasos”. Se ha dicho que un payaso puede tener una suerte de “depresión oculta y agitada” pues Arthur, fuera del trabajo de payaso, se muestra como un tipo triste, desolado y ansioso.
Resumamos entonces, un sujeto con una crianza desdichada, violentado desde chico, con una vida de carencias y frustraciones, económicamente pobre, sin trabajo y sin mayores opciones laborales, con una madre anciana y enferma, (que luego resulta no solo no ser su madre biológica sino haberle mentido todo el tiempo producto seguramente de su propios delirios y confusión), con un cuadro neurológico extraño que nadie comprende, sin mayores estudios y cero oportunidades, sin la medicina y la consulta psicológica que al menos podría evitarle quebrarse del todo; y encima de esto, con un arma, un arma en la ciudad de las armas. Un revolver en las manos de alguien así, lleno de rabia, impotencia, resentimiento y miedo. Como en un cóctel macabro, batan todo esto y ¿qué es lo que obtenemos’?: Al JOKER.
Esta película se presta para varias lecturas, una de ellas la crítica a un sistema indiferente, otras violento, muy clasista, donde los ricos cada vez tienen más oportunidades y los pobres cada vez están más contra la pared. Una sociedad sin empatía que no entiende al frágil, al distinto, al enfermo mental y no contenta con eso, no solo no lo entiende, sino que lo desprecia y lo agrade. Para Jean Paul Sartre la locura es la respuesta del hombre ante la imposibilidad de seguir enfrentando una situación o una realidad inhumana. Aunque como sabemos, es una respuesta fallida, desesperada, desadaptada.
Las escenas finales nos muestran una ciudad enardecida y descontrolada levantada en armas y destruyendo todo a su paso y haciendo del Joker a su héroe maldito, a su deidad tanática, aunque un héroe no debería ser sanguinario. Seguido por una legión de incomprendidos, oprimidos y rabiosos que lo reconocen como su modelo, situación que parece alimentar la pobre identidad de Arthur –ahora convertido en el Joker reivindicativo de la masa- por lo que festeja y baila, de pronto queriendo convertir en arte su acto criminal.
Finalmente, este hombre fracturado ahora convertido en criminal se asume como un alguien, reconocido por fin por un centenar de desposeídos, frustrados, inconformes y antisociales que identifican en el Joker a su vengador y líder. Es la violencia el vehículo con la que por fin el protagonista es escuchado, es mirado, (“no sabía si existía pero si existo y las personas empiezan a notarlo”, le expresa en una escena a su psiquiatra) por ejemplo cuando asesina en vivo y en directo al famoso conductor televisivo Murray Franklin, todo por la TV, ese aparato de la modernidad que vive del consumo, la imagen y la inautenticidad. Esa máquina del sistema para vendernos marcas e ideologías. Antes había asesinado a tres “jóvenes bien” trabajadores de Wall Street, representantes del sistema capitalista, arribistas, probablemente adictos al trabajo que durante la mañana trabajan sin cesar y por las noches beben alcohol, consumen drogas y abusan de su posición privilegiada. Pero mientras esto pasa como faltas, las faltas de los de abajo son más bien delitos. Recordemos aquella fallida expresión paterna de un exitoso y rankeado político limeño que al ser entrevistado sobre la conducta corrupta y delincuencial de su hijo señaló para la historia: “mi hijo no ha cometido delitos, solo ha pecado”. Los otros delinquen, nosotros no.
Para terminar, lanzo una pregunta, más allá de películas como ésta, ¿cuántos jokers estamos creando en nuestras propias ciudades? ¿Cuántos errores psicológicos, familiares, sociales, morales, se repiten una y otra vez ya no en Ciudad Gótica sino en Lima y el resto del Perú?
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