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Foto del escritorManuel Arboccó de los Heros

DAVID ROSENHAN Y LOS "MANICOMIOS" DEL PASADO

Por Manuel Arboccó de los Heros

Psicólogo, profesor universitario y escritor




El trabajo del psicólogo David Rosenhan (1929-2012) forma parte de un interesante estudio que criticó severamente la validez de los diagnósticos y tratamientos psiquiátricos de por aquél entonces (década de los 60-70). El experimento consistió en pedir citas médicas aduciendo presentar una manifestación psicótica (alucinaciones auditivas), claro está que los distintos hospitales de los EEUU  elegidos por él (públicos, privados, rurales, universitarios) no tenían idea del experimento. El mismo Rosenhan y un grupo de voluntarios –los pseudopacientes- (personas sanas fingiendo problemas mentales) fueron hospitalizados y medicados y obligados, una vez dentro, a aceptar que tenían una enfermedad mental y que debían tomar su medicación, a pesar que estas personas eran sanas, se comportaban bien, eran amistosos, colaboradores y declaraban ya no tener síntomas extraños. Los participantes utilizaron seudónimos, y aquellos que trabajaban en profesiones relacionadas con la salud mental (había psicólogos, pediatras y psiquiatras entre el grupo) alegaron otra ocupación con el fin de evitar algún tipo de tratamiento especial. Además de dar falsos nombres y empleos, no se efectuó ninguna otra alteración de su biografía. Por otro lado, ninguno tenía antecedentes de enfermedad mental.


Luego de pasar en promedio tres semanas hospitalizados (algunos más) todos fueron dados de alta con un diagnóstico de esquizofrenia “en remisión”. Un diagnóstico que David Rosenhan consideraba como evidencia de que la enfermedad mental se percibe como una condición irreversible que crea un estigma para toda la vida antes que como una enfermedad curable o por lo menos manejable y no invalidante.



Psicólogo David Rosenhan




Algo interesante fue que si bien ningún especialista de estas instituciones “descubrió” a los impostores, si lo hicieron algunos pacientes reales quienes pensaban que se trataba de periodistas o investigadores. Luego se conoció que los registros de estos hospitales indicaron que el personal interpretaba gran parte del comportamiento de los pseudopacientes como un aspecto de su conducta patológica. Por ejemplo, una enfermera etiquetó el hecho de que un paciente tomara notas como el paciente se dedica a escribir y lo consideró sospechoso cuando no patológico (ver https://www.youtube.com/watch?v=WC_j8nmt-IU). Pensamos que pasaría si de pronto una tarde alguno de ellos hablaba consigo mismo como lo hacemos muchos, seguramente, era sospechoso de “locura” (para que suene más científico, de verbalizaciones autodirigidas).


La conclusión de Rosenhan y sus colaboradores fue que en un lugar percibido tradicionalmente como insano como lo es una institución mental hasta la persona más cuerda puede ser vista como un “loco”. Rosenhan no criticó que los simuladores fueran admitidos (finalmente en cualquier campo de la salud en general y de la salud mental en particular, el diagnóstico se hace teniendo en cuenta la declaración de síntomas del paciente de quien no se puede sospechar que esté mintiendo) sino que la hipótesis de la enfermedad mental fuese mantenida a pesar de la buena salud mental aparente de los pacientes.


Rosenhan y los otros pseudopacientes denunciaron también la deshumanización, la invasión de la privacidad, y el aburrimiento que sufrieron mientras estaban hospitalizados. Informaron de que, aunque el personal parecía bien intencionado, en general deshumanizaba a los pacientes; verbigracia, a menudo discutían sobre los pacientes en su presencia como si no estuvieran allí, y evitaban el contacto directo con los pacientes excepto cuando lo exigían sus obligaciones. Algunos ayudantes cometían abusos verbales y físicos hacia los pacientes cuando otros miembros del personal no estaban presentes. Tampoco recibían visitas. El contacto medio con los psiquiatras, psicólogos, y residentes, todos ellos en conjunto, fue de una media de 6.8 minutos al día. El trabajo de Rosenhan, como se esperó, generó controversias al ser publicado. Y coincidía con la voz alzada de los integrantes del movimiento antipsiquiátrico y del movimiento humanístico en Psicología de los años setenta (Basaglia, Laing, Szasz; Cooper).



Imagen tomada de la web




Recordamos haber visitado más de una vez el clásico hospital mental Víctor Larco Herrera y ver que no siempre las condiciones de vida y convivencia son las mejores en ese lugar. La indiferencia política y administrativa contrarresta las buenas intenciones de los profesionales de la salud que aún mantienen la promesa hipocrática de ayuda y respeto por el que sufre. Revisando textos académicos vemos que anteriormente era peor. De pronto, duele reconocer que no existe interés en el sector de salud mental en nuestras instituciones salvo algunas excepciones que se reducen a personal idóneo y especialistas conscientes y sensibles, pero como política pública no, como prioridad de los gobiernos no.


Luego de este trabajo de David Rosenhan nos empezamos a preguntar: ¿Será que los diagnósticos médicos no son siempre tan exactos como suponemos? ¿Será que los síntomas están no tanto en el paciente sino en la mirada particular (propatológica) del “especialista”? ¿Cuántos médicos o cuántos psicólogos y psicoterapeutas podemos caer en esto mismo que encontró Rosenhan?


Algunos plantean que este experimento, junto a otras críticas que provenían de los sectores más vanguardistas de la Psicología clínica, de la Psiquiatría y de la Sociología, aceleró el movimiento de reforma de los hospitales psiquiátricos y de desinstitucionalización del tratamiento de los enfermos mentales en la medida en que fuera posible.


Podemos nombrar películas como “Atrapado sin salida” con Jack Nicholson (Fantasy Films, 1975) o “El sustituto” (Imagine Entertainment, 2008) con Angelina Jolie, por mencionar solo dos de muchas que también han retratado como esos lugares creados para albergar, acompañar, tratar y disminuir las penas anímicas de sus ocupantes fueron de hecho empleados para controlar, violentar, chantajear y hasta quebrar a personas que quizá no merecían estar ahí.





Estos comentarios no tratan de desprestigiar la práctica clínica de un psicólogo ni de un médico psiquiatra, tampoco negar la existencia de la enfermedad mental, más bien nos invita a repensar cuantos estigmas tenemos nosotros mismos en la cabeza, cuánto influye en nosotros el trabajar cientos de horas con personas con problemas de salud mental y cómo podemos enfermar más (iatrogenizar) a algún paciente que confundido y preso de su angustia existencial saldrá del consultorio sabiendo ahora que tiene una etiqueta y que normal no es. Y lo peor de todo, que quizá nunca lo será.





 

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