Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, docente y divulgador en temas psicológicos
Leer es una actividad mental exclusivamente humana que, sin embargo, no es innata. No nacemos con la habilidad para hacerlo, debe ser pues estimulada y aprendida. Otras condiciones humanas sí son innatas, como sentir hambre, estornudar, moverse, miccionar o tener frío. Pero con la lectura -como con la escritura y otros hábitos- pasa que se espera pueda ser enseñada a los pequeños, desde el momento en que los estudios evolutivos cognitivos precisan que ya estamos aptos para poder aprenderla, y esto es alrededor de los 5 a 6 años.
Ahora no todas las personas leen en sentido estricto. Pronunciar las palabras escritas en una página es un primer nivel de lectura, esto es poder identificar palabras con algún significado. Pero entender cabalmente lo que ese conjunto de palabras o textos quiere decir y representan, es un segundo nivel de lectura y no mucha gente llega a este nivel, son pues, analfabetas funcionales. Precisemos, un analfabeto tradicionalmente es aquella persona que no sabe leer ni escribir, pero un analfabeto funcional es aquella persona que no logra leer cierta información medianamente compleja, no alcanza a entender un lenguaje metafórico como el poético o no puede escribir algunos textos que vayan más allá de una simple nota doméstica, ni pueden leer más allá del periódico popular. Por eso cuando se les dice muy fácilmente a los jóvenes “lo que deben hacer es leer más” o “bríndale libros a tu hijo para que lea” olvidan – quienes eso dicen – que los textos están clasificados, deben ser dosificados por edad y temáticas, y no se trata de coger cualquier texto porque sí. Incluso hay lecturas densas, técnicas y muy precisas para un público muy particular o de especialistas en ciertas áreas.
Para formar lectores necesitamos, entre otros aspectos, maneras de crianza que involucren el aspecto cultural desde la más tierna infancia. El papel de la lectura y el estudio –así como las artes- en la formación personal ya ha sido investigado por los psicopedagogos y están documentados los efectos positivos y a largo plazo que brindan en los seres humanos. Ese niño que se acerca positivamente al libro seguirá con él luego, ya de mayor, y estimulará constantemente su cerebro con palabras, historias e ideas. El lingüista y profesor universitario Luis Jaime Cisneros (1921-2011) decía que “el único mérito que puedo reclamar como mío es la lectura. Crecí en una casa llena de libros y de voces de esos mismos libros surgidas. Cada vez que mi padre nos leía, antes o después del almuerzo, párrafos del Quijote, los libros eran buen anticipo de los alimentos”.
En las aulas vemos a menudo adolescentes con dificultades para leer, que prácticamente ya no escriben pero son diestros en el manejo de sus pulgares y los equipos electrónicos, con argumentos a veces falaces y rudimentarios a la hora de defender una posición, otros con serias dificultades para concentrarse y hasta para hacer algún mínimo cálculo mental (Carr, 2016). Todo esto requiere exigir a nuestro cerebro y si no lo habituamos desde chicos probablemente ya de grandes será casi imposible (Sartori, 1997). Si esto lo observamos en las aulas universitarias ¿qué pasará en quienes no se han insertado en el mundo académico? El maestro Jorge Luis Borges decía que los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; todos los demás son extensiones de su cuerpo, pero “sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Tengámoslo presente.
Recomendamos esta disertación sobre la lectura a cargo de Marco Aurelio Denegri en su programa LA FUNCIÓN DE LA PALABRAS (Canal 7 TV Perú)
Finalmente, la lectura es un pasatiempo enriquecedor (un "entretenimiento superior" señaló alguna vez Mario Vargas Llosa) que de hacerse un hábito puede convertirse en un escudo protector de alguno de los males de la sociedad. Es una vacuna contra la estupidez, la chabacanería y el miedo; es un antídoto contra el hiperconsumismo, el eterno aburrimiento y el estrés. En este refugio dejo volar mi imaginación, me distancio de la -a veces asfixiante- realidad, potencio mi concentración, aumento mi vocabulario, estimulo mi pensamiento y mis capacidades lingüísticas, además de mi inteligencia general y mi nivel de conocimientos.
Y bien, ¿qué estamos leyendo hoy?
Fuentes de consulta:
- Carr, N. (2016). Superficiales. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? Barcelona: Taurus.
- Sarori, G. (1997). El homo vídens. La sociedad teledirigida. Barcelona: Taurus.
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