LA JERARQUÍA DE LOS AFECTOS
- Manuel Arboccó de los Heros
- hace 7 horas
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Por Manuel Arboccó de los Heros
Docente Universitario, escritor y psicólogo
El ser humano antes de un ser racional (homo sapiens) es un ser afectivo. Cuando hablamos de los afectos nos referimos a estar el hombre constituido por una serie de procesos emocionales y sentimentales. Las emociones son experiencias de corta duración, pero muy intensas y con un gran correlato fisiológico (taquicardia, cambios térmicos, sudoraciones, respuestas viscerales). Ejemplo de ellas son la alegría, el miedo, la cólera y la pena. Junto a la vergüenza y el asco forman, según los especialistas, las emociones básicas humanas. Están presentes en todas las personas más allá de su etnia o contexto cultural. Lo que el contexto cultural e histórico sí hace es marcar algunas diferencias a la hora de expresar estas emociones. Pero de que están presentes, lo están, es connatural al ser humano. No hay personas sin emociones, pero sí quienes no las expresan. Salvo casos raros de personas con daños cerebrales que puedan no sentir gran cosa o no puedan identificar esas emociones (alexitimia).

Imagen tomada de la web.
Los sentimientos, por su parte son respuestas que van apareciendo más lentamente, luego de un conjunto de vivencias con ciertas personas o situaciones. No son tan intensos fisiológicamente hablando (como las emociones), y suelen durar mucho más tiempo en comparación con las respuestas emocionales que son más breves. Así nadie puede estar con miedo durante semanas o meses, pero sí podemos odiar durante años. Claro, las emociones y los sentimientos muchas veces se superponen, se presentan juntos. Solo las separamos con un fin académico y de esclarecimiento. Los sentimientos más conocidos son el amor, el odio, el rencor, la compasión. Mientras las emociones suelen ser innatas en el ser humano, los sentimientos van apareciendo lentamente en el transcurso de la vida y son el resultado de encuentros, desencuentros y vivencias con las personas y las cosas que nos rodean. Yo no amo de manera innata a mi hermano, yo lo voy queriendo, lo voy reconociendo como miembro de mi grupo, voy riendo con él, voy sintiendo cariño y finalmente reconozco que su bienestar me alegra, y a eso solemos llamar como cariño o hasta amor. Aunque puede ocurrir que esto no suceda y más bien no quiera a mi hermano y hasta llegue a aborrecerlo.
El bebé no ama a su madre al inicio de la vida. La necesita, pero no la ama. No tiene de manera innata un mecanismo que llamaremos amor a la madre. Es muy pequeño y su principal propósito es sobrevivir, pero en ese transcurrir que llamamos vida y en especial cuando se forma el apego primario con la madre (la madre buena y amorosa, claro), el bebé irá creciendo poco a poco e irá desarrollando su consciencia y experimentando ese sentimiento llamado amor que, según el psicoanalista Erich Fromm, es una actividad que se caracteriza por el cuidado, el respeto, la preocupación, el conocimiento y la responsabilidad sobre el objeto amado. Pensamos que el amor hacia la madre o hacia el otro, se desarrolla cuando de pequeños se dan las condiciones propicias para esa experiencia sublime. Muchas personas quedan restringidas de experimentarlo luego, ya de grandes, al haber tenido apegos primarios deficientes o al haber sido lastimados por precisamente esas primeras personas que debieron protegernos y amarnos.
Ahora, el amor es jerárquico. No podemos amar a todos con la misma intensidad. Por más que los papás y las mamás se esfuercen desde hace décadas por decir que aman a todos sus hijos por igual, suele haber siempre, o casi siempre, una razón por la que la balanza se inclina por uno de ellos. Así, ser el mayor, o el menor, o el de salud más débil, o el más inteligente en el colegio, o el más bueno, o el más incomprendido y difícil, puede bastar para que uno de nuestros progenitores nos prefiera y esto no está mal necesariamente. No es malo. Lo malo o lo perjudicial sería tener abiertamente un trato mejor para la preferida o el preferido en desmedro de los otros hijos. Un trato injusto, de preferencias abusivas en detrimento de los menos queridos si es patológico y traumatizante, y deja secuelas gravísimas en los hijos y malogra, a veces de por vida, las relaciones afectivas entre los hermanos.

Imagen tomada de la web
Pero el amor es jerárquico. No queremos a todos los amigos por igual, ni a todos los hermanos y demás familiares por igual. No podemos hacerlo pues el amor lleva por propia naturaleza la posibilidad (o exigencia) de alimentarse con los encuentros, las vivencias en común y los favores y alegrías recibidas y placeres recíprocos. Y todo eso no lo encontramos con todos, ni de la misma forma, ni de la misma manera. Quizá por eso el gran Julio Ramón Ribeyro decía “Amar a la humanidad es fácil, lo difícil es amar al prójimo”, pues la humanidad es una idea, pero el prójimo es un ser de carne y hueso que está a mi lado, con el que convivo, con el que comparto espacios, con el que compito inclusive, y esa relación puede terminar en aprecio recíproco y cariño o en un cansancio, desgaste, incompatibilidad y hasta desprecio.
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