Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, profesor de Psicología y escritor
La llamada posverdad (la cual no trata de una verdad en el sentido cabal de la palabra) viene a ser la aceptación como real de una noticia o afirmación compartida en redes o medios, apelando más a la emoción del momento, intereses personales y a las creencias, que a la objetividad y a la confirmación del hecho. De esta forma esa información que aparece en pantalla o en el Facebook o twitter pasa por un suceso real y verdadero cuando solo se trata de una conjetura o de una desvirtuación de un acontecimiento con fines antojadizos o de simple manipulación. Un ejemplo de eso lo observamos hace un par de años en la supuesta historia del dueño de un Chifa en Lima que – se aseguraba en las redes- compraba y mataba perros para prepararlos en los platillos de su restaurante. Esto justificó que en su momento algunas personas entraran al restaurante y como tropel lastimarán al susodicho y hasta se llevaran a su perro para evitar que este termine en la olla. Luego de unos días, los hechos se aclararon y hasta perdón le pidieron los periodistas a nombre del “pueblo peruano”.
Imagen tomada de la web
Esto que bien podría pasar como algo gracioso y folclórico no deja de ser preocupante, sobre todo en un mundo dominado por las redes y las primicias vertidas por todos quienes tienen acceso a la tecnología: estos son los nuevos comunicadores, los nuevos “periodistas” que apenas ven alguna “noticia” no reparan en miramientos ni en confirmar el dato y más bien comparten esa “posverdad” con otros tantos que harán lo mismo. Hace unos meses, dieron por muerto a un antiguo jugador del fútbol peruano, quien horas después salió a aclarar que seguía vivo, a pesar de las deudas y los impuestos.
Al respecto, Jacqueline Fowks, periodista peruana, publicó el año 2017 en el Fondo de Cultura Económica el libro Mecanismos de la posverdad, y en la página 15 de su texto señala: “…la velocidad de la noticia o del tuit no confirmado significa una amenaza nueva, a veces abrumadora: la rápida difusión de verdades incompletas en los medios sociales. Ante la práctica común que elude verificar o contratar la información, se requeriría un tiempo más lento, tanto de producción de la noticia como del consumo” (Fowks, p. 15). Sí, pues, efectivamente hoy vivimos la época del apuro, de la velocidad en todo. Y “ya no hay tiempo” para confirmar nada, todo se da por hecho –como en la novela radiofónica de Orson Welles La guerra de los mundos- y de la misma manera todo se consume al instante. La noticia de la mañana “ya pasó”, ya es antigua llegada la noche y es cuando se requiere, “urge”, alguna nueva noticia. Estamos llenos de información, pero mucho de ella tan solo está conformada por nimiedades y basura.
En su libro, la autora coloca una serie de ejemplos nacionales e internacionales de como la verdad se maquilla, oculta, deforma, hasta finalmente mostrarse en diarios o canales televisivos lo que “conviene” mostrar, es decir, lo que le conviene mostrarnos a los grupos de poder. Episodios de la política nacional son mostrados, con las fuentes debidas, para ver como se trata un hecho para presentarlo según los intereses de turno. Todo esto genera, por supuesto, no solo desinformación y manipulación (la cual es compartida por las redes) sino también caos y ceguera; ¿posverdad? exactamente.
Dice Fowks “otro factor que ha cambiado en el periodismo y la comunicación política en los últimos 20 años –desde las primeras ediciones en línea de los principales medios noticiosos- es la velocidad. Las páginas web y luego los medios sociales optaron por la simultaneidad para compartir la información, pero la inmediatez en tanto nuevo valor periodístico ha traído como consecuencia una mayor cantidad de noticias no confirmadas o falsas, y ha golpeado uno de los principios básicos del periodismo: la verificación de la información” (p. 18).
Imagen tomada de:
El empleo durante la presentación de las noticias de determinado léxico, los condicionales, las generalizaciones, los montajes fotográficos, la edición de vídeos y audios, la interpretación intencional de un documento o de un hecho y la descontextualización del hecho en sí, son algunas de las formas -no inocentes, por cierto- en que los comunicadores o presentadores de los hechos tienen (siguiendo sus propios prejuicios e intereses junto a los de sus jefes) de “contarnos” lo que ha ocurrido. Otras maniobras son tocar rápidamente y a la ligera un suceso, evitar su cobertura, emplear estereotipos, repetir la noticia hasta el cansancio y realizar entrevistas sesgadas para defender solo un punto de vista de la cuestión. “Así, en medio de capas de información y desinformación, el ciudadano promedio se extravía o se harta: unos optan por descreer de todo –tanto de lo cierto y comprobado como de lo fabricado con mentiras y emociones-, otros se refugian en el fuero privado pues, vista así, la dimensión ciudadana, política o pública parece inmanejable”, señala Fowks en la página 147 del texto ya mencionado.
Vemos que en la página 34, la autora afirma: “Un estudio que inició la Universidad de Stanford (citando a Brooke Donald, 2016) en el 2015 y difundió en noviembre de 2016, señala que la mayoría de los estudiantes de escuela y universitarios no puede diferenciar qué es falso o verdadero de lo que lee y consulta en internet”. Pensamos que eso no solo pasa allá en los EEUU sino en cualquier país del orbe. Por esa razón hoy conviene más que nunca estar atentos a estos fenómenos sociales y a estas prácticas mediáticas. Para no caer en el cuento de creer en lo primero que nos dicen o en asumir como verdad algo que es solo una mirada antojadiza cuando no manipulada de la realidad.
En el libro Mecanismos de la posverdad, la autora nos cuenta ejemplos de cómo opera esto en Perú pero también en Chile, Colombia, México, Venezuela y otros países. El texto está dividido en cuatro capítulos. El primero lleva por título Macartista hasta la muerte. El enemigo no entra; el segundo se llama Rutinas generalizadas en la era de la conexión sin fin; el tercero Acuñar términos para desaparecer lo esencial; y, por último, el cuarto capítulo presentado es ¿Hasta cuándo llamar terrorista a quién salió en libertad?
Así, en 152 páginas de ágil lectura y con las fuentes debidamente citadas, Jacqueline Fowks nos presenta un texto, que creemos, es necesario sea leído no solo por los periodistas y comunicadores sino por todo profesional que no quiera tener una mirada tan sesgada de los hechos y que, por el contrario, analice también la realidad según quiénes y cómo nos la cuentan.
Concluimos esta reseña con la autora cuando precisa: “…la alerta frente a la posverdad tiene más sentido si tomamos nota de que los perjudicados por estas informaciones y aseveraciones basadas en lo emocional y no en los hechos comprobables, suelen ser, predominantemente, grupos vulnerables, minorías económicas, sociales, políticas o culturales, sectores insuficientemente conectados a los medios o a las tecnologías, o comunidades que desde hace muchos años no han podido o no han querido integrarse con la sociedad mayoritaria, centralista o dominante” (p. 152).
Reseña del Texto:
JACQUELINE FOWKS (2017). MECANISMOS DE LA POSVERDAD.
Perú: Fondo De Cultura Económica. 152 páginas.
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