Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, profesor y divulgador de temas psicológicos
Hace unos pocos años, a raíz de hechos penosos en las relaciones entre hombres y mujeres, se fue haciendo más visible la importancia de incluir en los colegios -con más énfasis que antes- los temas de la igualdad, la no discriminación, la tolerancia y la inclusión. Y todo apuntaba a la educación escolar pues es desde temprano donde ciertas actitudes y valores deben incorporarse con la esperanza de luego despertar a un mañana con una juventud formaba en principios de equidad, respeto y paz.
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Noticias de abusos de todo tipo a personas en las calles, estadísticas de feminicidios incrementándose, desigualdades económicas laborales por condiciones de sexo, entre otros hechos llevaron a la aparición de colectivos sociales que reclamaban respeto y tolerancia; en una palabra: amor. Amor al prójimo. No faltaría, lamentablemente, la aparición de algunos colectivos desvirtuados, fundamentalistas, radicales e igual de violentos en su discurso y acción que francamente generaban menos apoyo a la causa original.
Y así se llegó al tema de la educación de los niños, y a las políticas educativas para promover una cultura equitativa y pacífica. Sin embargo, alzaron muchos la voz al temer que se tomen decisiones apresuradas y se estimulen contenidos inadecuados en los salones. Aparecieron en los carteles y en los discursos términos como ideologías, género, sexismo, exposición indebida, genitales y otros tantos conceptos muchas veces sin una debida definición y comprensión por parte de los propios participantes; y recién algunos distraídos papás se pusieron a pensar efectivamente qué les vienen enseñando en los colegios a nuestros hijos. Recién vimos una preocupación masiva. Pero nosotros nos hacemos una pregunta que hasta ahora no escuchamos se haya hecho y es la siguiente: además de contenidos, unidades temáticas y enlaces a direcciones web (todo esto debe ser supervisado, considerado y preparado por expertos en temas de psicología y desarrollo humano, es urgente claro está) la pregunta es ¿quiénes son los que van a dialogar, conversar, discutir, debatir con nuestros hijos sobre estos temas de la vida? ¿quién y cómo informará (y formará o deformará) a los escolares sobre las complejidades de la vida humana, en especial las complejidades sexuales y personales?
Un libro puede estar muy bien revisado, con información científica y humanista, dosificado según el grado del escolar y según su nivel de complejidad mental, así como con los dibujos y tareas pertinentes, pero si el que trabaja eso es un adulto prejuicioso o ignorante o sexista o fundamentalista -y disculpen si exageramos- o hasta con alguna psicopatología sexual, en ese caso todos los contenidos, textos y vídeos van a servir de muy poco. Sabemos que el escolar, y si es niño más aún, cree lo que escucha a sus maestros y son estas actitudes, valoraciones e ideologías las que nos preocupan.
Así que aquí va una tarea más para los que manejan la política educativa nacional: evaluar, capacitar, seleccionar y formar a personas idóneas para la tarea pedagógica. Y eso involucra no solo evaluar conocimientos teóricos (está claro que se deben evaluar) sino conocer sus actitudes, sean sexuales, religiosas, éticas, políticas y estéticas. Hoy cuando casi se aprueba una norma para volver a aceptar a profesoras y profesores repitentes en evaluaciones pasadas y omisos a capacitaciones y actualizaciones, nos tiembla el pellejo saber que en manos de esos sujetos con serias carencias intelectuales y actitudinales van a parar nuestros pequeños.
Deseamos de corazón que los chicos tengan la oportunidad de convivir y estar acompañados por personas inteligentes, saludables, afectuosas y respetuosas, creativas y cultas, que disfruten al enseñar y que generen la motivación por aprender y ser mejores en sus estudiantes.
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