Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, psicoterapeuta y ensayista
I.
En su texto sobre terapia gestált (una modalidad de psicoterapia humanística creada por el Dr. Frederick Perls), el belga Georges Pierret nos dice: Pero tú dirás que la mayor parte de la gente deprimida no ha sufrido un duelo o la pérdida de un amor antes de caer en su depresión.
Es exacto. La pérdida que sufre el deprimido es de otro orden: ha perdido la esperanza de la conquista de su felicidad, ha perdido la ilusión en su búsqueda de la alegría. Ya no cree más. Ha perdido la fe.
Efectivamente, hoy hay mucha gente que más que un durísimo golpe de la vida (tragedias, duelos) o más que un desorden bioquímico cerebral –el cual facilitará un cuadro psicopatológico por supuesto– lo que presenta es una pérdida de la esperanza. Hemos perdido el brillo de los ojos. Ya no tenemos en qué o en quién creer: ni en uno mismo, ni en la familia, ni en los líderes (cuestionados, corruptos, cínicos) ni en los ídolos (hoy cada vez más mediáticos y decepcionantes), ni en el amor, ni en el trabajo y sus posibilidades, ni en el futuro.
Como bien dice el autor, hemos perdido ese ánimo (palabra que viene del concepto ánima, alma, soplo de vida, energía), esa alegría que alguna vez tuvimos de chicos. De pronto, constantes problemas, desilusiones y decepciones nos van aplastando al punto que ese estilo de vida se confunde con la tan conocida condición clínica llamada depresión nerviosa.
Pocas oportunidades, la falta de afecto desde pequeños, el desamparo paterno y la propia vida que duele y angustia (con sus desavenencias y tragedias) van contribuyendo a la formación de una persona que carece de esa tensión positiva necesaria para vivir, de esa energía y rebeldía que nos ayudan con la tenacidad y la motivación, de ese sentido existencial, como hablamos también en logoterapia (modalidad terapéutica existencial creada por el Dr. Viktor Frankl).
Encima vivimos hoy tiempos en los que se asocia casi siempre el bienestar y la felicidad al nivel de consumo, a cuanto compramos, a cuanto tenemos y eso amarga profundamente a miles que no tienen el alcance económico requerido para estar “a la vanguardia”. Cierto es que algunas personas son conscientes de esto y aprenden a disfrutar no solo gracias a las cosas materiales, sino que también giran hacia el plano de la amistad, el afecto y las experiencias enriquecedoras. Aspectos muchos menos efímeros y descartables como los objetos que compramos.
La esperanza no se compra en boticas ni en discotecas ni en los hoy tan concurridos centros comerciales; nace del contagio con la vida, con sus aventuras y alegrías y con las experiencias llenas de sentido. La RAE se refiere a ella como el estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea. Y no es solo el alcanzarlo, sino también el buscar, ir y luchar por aquello es lo que nos mantiene activos y animados.
II.
La palabra esperanza viene del latín sperantia, esto es la confianza de que algo deseado sucederá. Conlleva la expectativa favorable de aparición de algo estimado. En el artículo anterior compartíamos la idea de que muchas personas andan perdiéndola y esto a veces se confunde con un trastorno mental o con un desorden neurológico. Ya hemos hablado críticamente sobre algunas condiciones sociales que propician perderla, como el desamparo, la soledad y las injusticias de nuestro tiempo.
Ramiro Gómez, psicólogo peruano, ha publicado el libro Cuatro modos humanos de existir y, citando a su vez al psicoanalista británico Darian Leader (este último es autor de La moda negra: duelo, melancolía y depresión), en una parte de su libro escribe lo siguiente: “Lo que llamamos depresión es la particular interpretación médica occidental de cierto conjunto de estados biológicos, con la química cerebral como problema de base. Una perspectiva alterna ve la depresión como un resultado de cambios profundos en nuestras sociedades. El surgimiento de las economías de mercado crea una ruptura de los mecanismos de apoyo social y del sentido de comunidad. Las personas pierden la sensación de estar conectadas a grupos sociales y entonces se sienten empobrecidas y solitarias. Privadas de recursos, inestables económicamente, sujetas a presiones agudas y con pocos caminos alternativos y esperanzas, caen enfermas. Las causas de la depresión, de acuerdo con este punto de vista, son sociales. Presiones sociales prolongadas acabarán necesariamente por afectar nuestros cuerpos, pero las presiones vienen primero, la respuesta biológica después”.
Nos preguntamos cómo salir de esta encrucijada. En lugares donde la gente vive el desempleo, la falta de oportunidades, la violencia, la discriminación, la falta de educación y la ausencia de prácticas éticas, eso sumado a crianzas a veces dolorosas y familias poco sólidas, es poco probable que haya alegría, respeto, esperanza y sentido de vida. El mercado farmacológico nos brindará ansiolíticos, sedantes, antidepresivos y antipsicóticos cada vez más sofisticados (aunque de acceso restringido por los altos costos de la buena medicina), pero quizá eso no surta el tan esperado resultado, pues si atendemos con serenidad esta perspectiva que considera el contexto económico y social como causante (por lo menos co-causante) de la ansiedad y la depresión, más que fármacos lo que necesitaríamos serían otras y mejores circunstancias de vida. Un modus vivendi donde se instale el orden, la justicia, el empleo digno, la educación de calidad, el acceso a oportunidades. Y también la belleza, sí. Hablamos de la dimensión estética tan venida a menos en estos tiempos donde el arte se confunde con el espectáculo televisivo más simplón o vulgar y con el negocio y la producción en serie.
Imagen tomada de:
Comments