Por Manuel Arboccó de los Heros
Escritor, psicólogo y docente universitario
Después de aquella noche, te apuñalé en mi corazón
1.
El tema del suicidio es complejo, aunque eso no ha impedido que los estudiosos del tema esbocen intentos de explicar la cúspide de los comportamientos autolesivos. Tratemos de recordar qué puede llevar a alguien a salirse antes de tiempo de la experiencia de la vida.
Veamos: Iniciemos por lo médico-orgánico-corporal. A algunas personas la química cerebral les falla, por causas genéticas, por consumo iatrogénico de ciertos fármacos, por adicciones a drogas, por lesiones en el tejido cerebral. Estas condiciones fisiológicas los predisponen a depresiones más graves, a confusión mental permanente, a caídas severas del estado anímico y a no poder pensar con claridad suficiente para ver más allá de las acciones impulsivas.
A otros, les son francamente inaceptables e inmanejables ciertas pérdidas -o separaciones tempranas- de las que nunca se reponen del todo; apegos (vínculos afectivos iniciales como con la madre o el padre) muy flojos o evasivos bien pueden construir un tipo de personalidad muy frágil, y esa fragilidad se manifiesta posteriormente cuando eventos desfavorables se presentan luego (dificultades laborales, decepciones amicales o amorosas, fracasos económicos). Por eso aquello de “esa joven se mató porque el novio la dejó” no es tan exacto; mejor sería decir “esa joven no soportó que nuevamente una persona a la que amó y en quien confió, la haya dejado”. Digámoslo así: el evento estresante actual posibilitó el despertar del evento traumático latente pasado. Suena algo psicoanalítico dicho sea de paso.
Hay también personas quienes guardan en su corazón (en su memoria emocional) mucha pena y mucha rabia, que combinadas trágicamente bien puede convertirse en el arma que se empuñará contra ellos mismos, decidiendo así terminar su pena al mismo tiempo que terminando su vida. Como se diría en el lenguaje de la psicoterapia de tipo gestált, la persona “retroflecta” toda la rabia que iba dirigida al mundo y al final, ella misma implotó.
Algunos dejan aparentes señales de haberlo hecho por desesperación económica, por fracasos matrimoniales, o por conocimiento de una situación médica incurable que a la postre los incapacitaría y postraría, no deseando llegar a ese momento. En ciertos casos, de intoxicación alcohólica o por otras sustancias, la mente no piensa claramente y la rabia o la desesperación toman el mando psíquico dirigiendo las decisiones y conductas hacia un camino, que sin esa intoxicación, hubieran sido consideradas extremas, muy dramáticas cuando no torpes.
También están –digamos algo así como idealistas sensibles- que no soportan el presente, la sociedad actual, con su ritmo frenético, su normalización de deficiencias, su apuesta por la inautenticidad, su competitividad salvaje, sus reglas del mercado, su publicidad que promueve consumir y consumir como sinónimo de felicidad, con todo y sus coachs posmodernos que venden frenéticamente el “todo lo puedes” y “debes ser feliz” (que solo consigue ahondar más en nuestras necesidades no cubiertas y nuestras limitaciones), sociedades estúpidas con sus cientos de horas de radio boba y TV basura, sus injusticias sociales, su corrupción política, sus vacíos y su levedad. ¡Basta!, dirán entonces algunas personas, este mundo apesta. Y me bajo. No puedo y no encajo, y no quiero encajar. Por eso, pienso, la filosofía y la psicología deben y pueden ayudar a conseguir cierto temple o fuerza para encarar a vida y la sociedad, pues así todo y chambona como es, es la que ahora tenemos y no se trata de rendirse ni alienarse en ella sino de enfrentarla de la manera más positiva, creativas y eficiente posible, a pesar de ella misma y sus reglas de juego. Enfrentamos en estos días los vacíos existenciales de las sociedades post modernas, sociedades tecnocráticas, llamadas también consumistas, “light” (diría Rojas) o sociedades “líquidas” (diría Bauman).
Ciertos artistas, aspiran a trascender y volverse “íconos” por medio del suicidio pues la muerte tiende a elevar misteriosamente a estatus de seres especiales e incomprendidos a no pocos creadores, pensemos en figuras distintas como Ernest Hemingway, Kurt Cobain o Violeta Parra ¿serían considerados de la misma manera si hubieran muerto viejitos en una casa de reposo mientras presa de la incontinencia babeaban o usaban pañales? ¿ Lennon tendría la misma mirada si hubiera muerto a los ochenta años de un infarto o de cáncer de colón en vez de haber sido asesinado por Chapman a la entrada de su departamento en el edificio Dakota? Pero aún más penoso, es que aquellos que lo hicieron pero no tenían gran talla, eran pequeños aspirantes a artistas, y ni siquiera fueron grandes creadores, es decir se fueron camino a la muerte sin nunca pensar que en su caso la acción de eliminarse no pasaría de un titular periodístico policial que sería luego rápidamente reemplazado por el resultado del partido de fútbol dominical o por el último “ampay” de la farándula. De gloria, trascendencia e inmortalidad, nada de nada. Otra muerte absurda más e innecesaria.
A propósito de estos vacíos, el psiquiatra Viktor Frankl –creador de la logoterapia- señalaba que podemos hallar nuestro sentido vital recurriendo a tres vías o caminos, él los llamaba valores, pero no en el sentido de los clásicos valores morales que nos enseñan desde muy pequeños, ejemplo: responsabilidad, disciplina, honestidad; sino entendiendo valores como todo aquello valioso para nosotros, todo aquello que presenta una gran estimación e importancia para las personas.
La primera de esas vías, él la llama valores de creación. Trata sobre todo aquello que podemos entregar al mundo, ofrecer a los demás, por ejemplo, nuestro trabajo, nuestro arte, nuestro talento. Ejemplo, yo ofrezco al mundo mi poesía, mi trabajo como mecánico o como enfermera, mi música o mi artesanía, mi canto o mis conocimientos como docente o como coleccionista de pinturas. En pocas palabras, puedo encontrar algo de sentido cuando tengo claro que puedo hacer, que puedo brindar y me gusta eso que hago, aquello a lo que me dedico. La segunda forma es a través de lo que denominó valores de experiencia, todo aquello que el mundo tiene para ofrecerme, para regalarme. Para eso se requiere estar atento a lo que la vida me depara, por ejemplo, un buen concierto, un buen libro, los graciosos chistes de un gran cómico, un buen partido de fútbol, un hermoso paisaje, las calles de una bella ciudad a la que llego en un viaje turístico, el calor familiar, el amor de una bella dama, la alegría y complicidad de los amigos. Todo lo que los demás pueden compartir conmigo, eso genera bienestar, placer, regocijo. Claro que el ser amado, el recibir amor, es una experiencia cumbre, como diría el psicólogo Abraham Maslow. Y la tercera manera, es lo que Frankl bautiza como los valores de actitud, y señala que son los más elevados y más difíciles que los otros dos por cuanto son propiamente la decisión e inclinación afectiva con que nos vamos a enfrentar a aquellas situaciones difíciles que la vida nos deparará, como una enfermedad difícil, una tragedia, una crisis financiera, la muerte del ser querido. La actitud es la manera cómo vamos a decidir enfrentar esa temporada dolorosa que la vida pueda nos ponga delante. El dolor, del cual existencialmente no podemos escapar, deberá ser enfrentado con valentía, fortaleza, aceptación y por qué no, estoicismo. Tres maneras que, sin querer sonar a recetario de cocina, pueden servirnos para afrontar la vida con algo más de apertura, esfuerzo, bienestar y temple.
Algo interesante que ha revisado la psicología es el hecho de que, si bien el suicidio es algo que siempre ha ocurrido y en todos sitios, no nos matamos por igual. Esto es, que la forma de aniquilarnos dependerá de nuestras creencias, nivel educativo, posición económica, nivel de angustia, ideología, religión y grado de agresividad. Así, hay quienes toman veneno para ratas, otros saltan de enormes alturas, algunas se cortan las venas y agonizan esperando partir, otros se disparan un balazo en la sien, también hay quienes toman sobredosis de calmantes y algunos, como la poeta Alfonsina Storni, quien ingresa lentamente al mar al encuentro con la muerte. En algunos hay más daño corporal, en otros hay hasta un maquillaje previo. Todo esto comunica y mucho sobre el estado y personalidad del sujeto.
Sea alguna de estas causas u otras o por los medios que sean, es claro que la vida ha sido, es y será, insufrible para algunos.
2.
“La vida, decía Manuel González Prada, se puede resumir en tres palabras: triste, ridícula y puerca; sin embargo, nosotros podemos derramar algo de regocijo en esa tristeza, algo de elevación en esa ridiculez y algo de limpieza en esa porquería” (Denegri, 2017, p. 207). Dura afirmación la del poeta y anarquista limeño, aunque con cierto aire de esperanza, pues depende de cada persona derramar algo de regocijo y limpieza en todo esto.
El ser humano debe enfrentar el drama y éste es un drama personal. Por más que cientos pasen la misma tragedia, el mismo dolor o la misma deshonra, a cada uno nos toca sobrellevar el infortunio, pues nadie puede vivir la vida ajena, eso está claro. Si bien puede ser consolador eso de “en el dolor hermanos”, cada dolor es único, personal, intransferible, y el ser humano deberá pasarlo más o menos pronto, más o menos tarde en su vida.
En su libro El dilema del hombre, el psicólogo y psicoterapeuta existencial Rollo May nos dice lo siguiente “Cada ser humano sabe que morirá, aunque ignora cuándo; anticipa su muerte mediante la conciencia de sí mismo. Es probable que enfrentar esta ansiedad normal ante la finitud y la muerte constituya, de hecho, el incentivo más eficaz del individuo para extraer lo máximo posible de los meses o años que le faltan para que la muerte lo derribe” (May, 2000, p. 88). Pensamos que el hombre es un proyecto, a veces trunco, a veces realizado.
Dice Erich Fromm en su ensayo titulado “El corazón del hombre” lo siguiente: “Pero el hombre también sabe más o menos claramente que no puede recuperar el paraíso perdido (en alusión a una infancia muy buena bajo el cariño y la protección materna), que está condenado a vivir con inseguridad y riesgos, que tiene que atenerse a sus propios esfuerzos, y que solo el pleno desarrollo de sus facultades puede darle un mínimo de fuerza y de intrepidez” (p. 125). La vida, por más seguros que compremos, está inevitablemente llena de riesgos, dificultades y preguntas; y nos toca responder ante ellas (responsabilidad = habilidad para responder).
En una entrevista dada hace años el pintor Fernando de Szyszlo declaraba “al final de todo confieso que he sido un hombre feliz”. Es el balance de un hombre mayor que es capaz de mirar atrás, de mirar lo vivido y de sopesar los buenos y los malos momentos. Ese comentario, pensamos, no significa haber llevado una vida light, permanentemente feliz, libre de tormentos y ansiedades. Ese comentario muestra que a pesar de todo, la vida le agradó, o para hablar en términos existenciales, esa tensión, esa angustia propia de la vida, valió la pena. El poeta César Calvo lo dijo alguna vez “me gusta la vida, a pesar de la vida” (Calvo, 1974). Con todo y lo que cuesta la vida, al poeta le agradaba la oportunidad de vivir. Pues la vida puede también ser vista como eso, como una oportunidad.
Tenemos nuestras diferencias y distancias con los actuales gurús del éxito y la felicidad. Abundan en todas partes, esos manuales y conferencistas que casi de forma maniaca solo suelen ver lo diáfano, lo claro, lo hermoso de la existencia y encima lo ofrecen, lo venden, como si con solo querer que todo salga bien, o querer ser feliz, eso se va a conseguir. Cierto es que el pensamiento positivo nos suele ayudar a todos a enfrentar mejor las circunstancias y, a veces, a no rendirnos y seguir luchando por algún objetivo, que de pronto alcanzamos al final. Pero de ahí a pensar que solo por programarme para el éxito y la felicidad, lo voy a conseguir, es una estafa intelectual y económica. Además de estar negando una cara de la vida, esa cara a la que nos referimos en estas líneas; la cara de la tragedia, del dolor, de la incertidumbre. Rubén Darío lo dijo alguna vez “todos tenemos en el fondo un cisne degollado”. El inevitable Nietzsche nos advertía: “no hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas: míralo a la cara y con la frente bien levantada”. Esa actitud, valiente y hasta desafiante, puede ser más oportuna ante el drama humano que aquella otra, de un optimismo exagerado, casi mágico e infantil, muy ofrecida últimamente.
Finalizamos estas líneas con una cita de la filósofa alemana Hannah Arendt que bien puede servirnos como un recordatorio de nuestras posibilidades y de nuestras limitaciones: “Hay un precepto bajo el cual he vivido: prepárate para lo peor, espera lo mejor y acepta lo que venga”.
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Referencias:
· Calvo, César. (1974). Se escribe un poema. Conferencia ofrecida por el poeta el 9 de julio de 1974 en el Instituto Italiano de Cultura. Publicada en el Suplemento Dominical del Diario El Comercio, el año de su muerte (agosto, 2000).
· Denegri, Marco Aurelio. (2017). Mixtifori. Conjunto de textos diversos. Lima: Fondo Editorial de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
· Fromm, E. (2016). El Corazón del hombre. México: Fondo de Cultura Económica.
· May, R. (2000). El dilema del hombre: Respuestas a los problemas del amor y de la angustia. Barcelona: Editorial Gedisa.
· Nietzsche, Friedrich (2011). El Anticristo. España: Editorial Losada.
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