Por Manuel Arboccó de los Heros
Psicólogo, psicoterapeuta
“El hombre solitario es una bestia o un dios” nos dice Aristóteles para referirse a la soledad. Y Nietzsche sentenciaba “la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar”. Etimológicamente la palabra soledad viene del latín solitas y significa "cualidad de estar sin nadie más”. Es por demás interesante analizar la condición del que vive la soledad, del solitario, pues para las más de las personas seguramente la soledad es señal de problema o característica de alguien que no está bien, que quizá anda deprimido, o bien de personas que -como dicen los huachafos para casi todo- “carecen de habilidades sociales”.
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La soledad es pues la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. El Diccionario de la RAE en su tercera acepción para la palabra soledad señala lo siguiente: “pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo”. ¿Ya ven?, está asociada al pesar, al dolor. Pero no siempre es así.
La soledad puede ser vista como una forma de iniciar un camino de iluminación espiritual y de excelencia como por ejemplo en los monjes cartujos que no solo andan la mayor parte del tiempo a solas sino sin hablar, pues son una orden contemplativa y que vive en austeridad y, ojo, voluntariamente. En estos tiempos de dependencia a estímulos externos, de ciudades ruidosas y de estar rodeado de aparatos y equipos que suenan todo el tiempo, la vida de los cartujos nos puede parecer muy extraña, pero no lo es, además es oportuno indicar que ellos son muy felices. Mucho más felices y tranquilos que la mayoría de la gente de las grandes metrópolis.
Hay, además, quienes con razón distinguen la soledad física de la soledad mental. Existen personas que se sienten solas a pesar de convivir y hay quienes viviendo solos, están entretenidos, tranquilos y contentos.
Podríamos hablar de soledades más que de soledad. Así, existe la soledad del encarcelado, que es una separación parcial del contacto con la ciudad y seres queridos, la soledad del secuestrado o la soledad del enfermo que yace en el hospital, a veces alejado y en cuarentena. Está también la soledad del enfermo terminal y sobre todo del que agoniza. La persona que agoniza por más que esté acompañado en esos momentos, siempre estará solo en su experiencia particular con la muerte. Nadie puede sentir, pensar y estar en su lugar, a puertas del cese de sus funciones corporales y psíquicas.
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El músico cubano Rolando Laserie nos cantaba años atrás su famoso “Hola Soledad, no me extraña tu presencia…soledad yo soy tu amigo, ven, vamos a charlar”. De pronto, hay que verla con otros ojos, conocer más nuestra soledad y sus posibilidades. Estamos perdiendo lo que tanto a permitido crear, componer, pensar, inventar entre otras tareas generalmente solitarias.
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