Por Manuel Arboccó de los Heros
(Lima, 1974)
Psicólogo, escritor y profesor de Psicología
Miembro del Centro de Atención Psicológica PSYCOSOPHYA de Lima.
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"Le repitió varias veces a su anfitrión, casi excitada, que sus opiniones eran superficiales; porque el hombre, dijo ella, es algo más que un cuerpo que se va estropeando, porque lo esencial es, claro, la obra que el hombre realiza, lo que el hombre deja aquí para los demás..." "-¡Pero ¿de qué obra me habla?!, ¿Cuál es la obra que dejamos? - protestó con una amarga sonrisa su anfitrión. (págs. 196-197)
Milan Kundera (2019). El libro de los amores ridículos. Novena edición. España: Maxitusquets.
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La pregunta ¿cómo seguir viviendo en un mundo donde parece reinar la futilidad, el sinsentido, el consumismo, el superficialismo y la insustancialidad? me la he hecho algunas veces. Aún estamos buscando una respuesta, pues queremos convencernos ya que, como diría el escritor Alfredo Bryce, “soy un pesimista que quiere que todas las cosas salgan bien”.
Uno de los tantos académicos que ha intentado responder esto fue el psiquiatra Viktor Frankl. Nos parece que él parte de un juicio a priori “si a la vida, a pesar de todo”. Hasta ahí no hay argumento, solo un imperativo, un imperativo axiológico que sé justificaría al valorar la vida por la vida misma y considerando sus posibilidades. Dice en una de sus obras “El hombre doliente”: “el sentido potencial de la vida es incondicional: la vida tiene sentido, potencialmente, bajo todas las condiciones y en todas las circunstancias, aun las más adversas”. Reconocemos que alguna vez hemos pensado que esto no es tan cierto. Hemos dudado del sentido de la vida al verla como un fenómeno circunstancial, un error del cosmos, una suerte de casualidad cósmica; la vida en general y también la vida humana en particular.
La vida humana es tan curiosa, tragi-cómica, pequeñita, ridícula. Las posiciones de otros grandes autores (Camus, Sartre, Nietzsche, Cioran, Freud y algunos de los llamados "escritores malditos") nos hicieron pensar que ya era mucha suerte que haya vida “inteligente” en este infinitamente pequeño planeta Tierra. Pero no recordamos haberme deprimido ni tirado todo por la borda y ampararme en el slogan “la suerte está echada, la vida es una completa mierda”. No, nihilismo no. A pesar de esa conclusión, tomábamos una distancia prudencial, sencillamente porque queríamos vivir, aprender, crecer, compartir, disfrutar, reír, “ver qué pasa”. Hoy somos menos escépticos. Hasta, podríamos afirmar, un tanto optimistas. Seguro esto discuerda con la obligación posmoderna de "ser feliz", una felicidad basada en el hiperconsumismo, la venta de trivialidades y la sobreestimulación mediática.
La vida tiene su cuota (a veces en algunas personas es una super cuota) de dolor, de sufrimiento. Eso es innegable y no es pesimismo, es realismo. Yalom dice en su texto Psicoterapia Existencial "hay que reconocer que, a veces la vida es injusta y traicionera; y que en última instancia, no es posible escapar de algunas de las penas de la vida y de la muerte". La vida tiene una suerte de contingencias, casualidades (algunas al menos), tragedias, dichas y fortunas también. Y lo que propone Frankl es que justamente de esos episodios adversos, de esos aspectos negativos el hombre puede extraer algo, puede buscar un sentido, un propósito que lo impulse. Transformarlo en algo positivo, por ejemplo el sufrimiento en servicio, la culpa en cambio o en reparación y la muerte en responsabilidad. Frankl cita la frase de un terapeuta llamado Jerry Long “me rompí el cuello pero ello no me rompió a mí”. Es una frase poderosa. Jerry Long pasó a ser un psicólogo y un logoterapeuta después de un accidente que lo dejó tetrapléjico.
¿Qué hay del optimismo trágico? Lo entendemos como un optimismo pese a la triada trágica de Karl Jaspers (sufrimiento, culpa y muerte) inspirada en los valores creativos, experienciales y de actitud de Frankl. Por ejemplo, realizando una obra, un trabajo, un poco de arte (valores de creación); contactando con alguien, la experiencia del amor por encima de todas (valores de experiencia) y creciendo y adoptando una sana y creativa actitud ante la vida, ante el sufrimiento y las dificultades (valores de actitud). Frankl dice “si tenemos un fundamentos para ser felices, la felicidad vendrá por sí misma y cuando menos nos preocupemos de ella, más seguro podemos estar”. Luego menciona “al contrario, cuanto más se le persigue, cuanto más se busca el placer, menos se alcanza”. Revisemos que no siempre la felicidad va de la mano con el placer físico, siendo este último pasajero y a veces sin mayor sentido, aunque no es innecesario ni inútil, por supuesto. De pronto una vida con placer (con cierto placer al menos) puede estar más llena de sentido que una vida solo con sufrimiento. No es cierto eso de que vivir solo el dolor nos hace siempre más fuertes, más sensibles. No. Hay observaciones clínicas y trabajos psicológicos empíricos que confirman que demasiado dolor, generalmente nos hace más frágiles, más resentidos, melancólicos, inseguros, en una palabra muy usada en Psicología, más traumados. Esto último lo decimos avalados por serias investigaciones psicológicas hechas desde hace mucho tiempo en el campo de la psicología infantil y de la psicoterapia. Personalmente no creemos que ensalzar el sufrimiento sea tarea de la Psicología, eso nos parece lo hacen más ciertas religiones (el mismo Frankl no se deslizó nunca de su credo judeo-cristiano y eso se manifiesta en parte de su propuesta), eso de creer que sufrir es bueno o muy necesario, aunque más adelante Frankl deja claro que el sufrimiento no es abosultamente urgente para encontrar un sentido en la vida. Sin embargo, afirma acertadamente que se puede encontrar un sentido a pesar (o debido a) del sufrimiento.
Notamos obvias discrepancias con la teoría freudiana cuando Frankl afirma que “toda la realidad humana se caracteriza, en efecto, por su autotrascendencia, esto es por la orientación hacia algo que no es el hombre mismo, hacia algo o hacia alguien más no hacia sí mismo, al menos no primariamente hacia sí mismo”. Freud asume que el hombre es egoísta, tienen al placer y solo es una persona moral y sana después de un largo trabajo psicológico iniciado desde pequeños y que nos permitirá –quizá, pues Freud nunca lo asegura- la no presencia de grados avanzados de neurosis y la productividad y autonomía adulta. Pero Frankl, al igual que Freud, es también algo determinista. Porque asume, parece sin dudar, que toda la humanidad tiende a la autotrascendencia y a la orientación hacia algo. Bueno, de pronto en potencia, pero en la realidad la autotrascendencia y la orientación hacia algo distinto de nosotros mismos -esto es dejar atrás el narcisismo primario (en leguaje freudiano)- es algo que se alcanza con harto trabajo, esfuerzo y dedicación; cuando no de iluminación. Y eso es algo que no abunda. Por eso el mundo ha sido casi siempre un mundo doloroso, más allá de la muerte, la enfermedad, las tragedias, pandemia y desastres naturales, el mundo es doloroso por el dolor que generamos nosotros mismos, Ya el psicólogo infantil Bruno Bettelheim decía hace años que “de toda la destrucción en el mundo, la mitad es autodestrucción”. Y se quedó corto. Más de la mitad, nos parece.
Sentimos cercano eso de que solo alcanzamos la autotrascendencia en la medida que nos damos, que nos entregamos al otro, a una causa, o a una tarea como diría Kierkegaard. Hemos sentido episódicamemte que al darnos sinceramente al otro la vida se energiza, nuestro tiempo de vida cobra más valor. Creemos también que en la entrega sincera con el otro, nos podemos realizar. Pero no creemos que en la entrega con cualquier otro: sino con alguien o algo que tenga sentido para mí. Si hablo de personas, pues con alguien que es significativa(o) para mí en quien puedo encontrar un valor y el sentido del caso. Esta es nuestra vivencia, nos parece que cuando “conecto” psicológicamente o espiritualmente con alguien, empiezo a autotrascender. Cuando esto no ocurre, el encuentro se torna fastidioso, me aburro, me saturo (seguramente el Otro también). Hasta colapso. Y me alejo. Y es más saludable, de pronto eso, para ambas partes.
Roberto Carlos, cantautor brasilero, tiene una famosa canción cuyo estribillo dice “yo quiero tener un millón de amigos”. Pues yo no he sentido esa necesidad. Consideramos inclusive que sería irresponsable buscar tener esa cantidad de amigos pues no podría estar allí para ellos, no podría darme, pues al ser demasiados carezco de tiempo, fuerza, pasión, capacidad de atención e interés. Es pues una ilusión o un deseo fútil. Es el grito desesperado de un niño hambriento de apego. Solo en el encuentro verdadero yo-tú (como diría Martín Buber) me encuentro a mí mismo y trasciendo. Comer mucho puede saciar el hambre pero no necesariamente alimenta.
En el libro El hombre doliente, Frankl indica también: “pero la persecución del sentido no sólo hace feliz al hombre, sino que le hace también capaz para el sufrimiento”. Nos parece una apreciación muy lúcida, precisa. También la hemos “sentido”. Cuando lucho por algo que es importante, valioso para mí, el dolor, la incomodidad, la flojera, pasan a un segundo lado. Y soy consciente de que ese “sufrimiento” no se compara al de los campos de concentración, cárceles, enfermedades terminales, invalidez y otras cosas más fuertes y difíciles por el que pasan a diario millones de seres humanos.
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