Por Manuel Arboccó de los Heros
Escritor, psicólogo y docente universitario
La miraba y no dejaba de sorprenderse, habían pasado ya largos treinta años juntos. Parecía menos tiempo desde aquel momento cuando la abordó en la cafetería de la escuela donde ambos trabajaban como profesores de secundaria. Aquella vez le solicitó a una compañera, amiga en común de ambos, que se cambiara de sitio, que se vaya más allá para poder él estar cerca de ella, evidente piropo que ruborizó a Gloria, pero a la vez le agradó. Pedro Rolando recordaba la tarde que le robó un beso y ese día marcó el inicio de un romance espléndido.
A pesar de ya no ser adolescentes, la relación tomó un sendero platónico, casi ideal. Pero la vida va haciendo modificaciones en nuestro repertorio mental, en nuestra mirada de las cosas y de la vida misma. Responsabilidades, manías, desatinos, rutinas, desacuerdos, discusiones, van apareciendo en las relaciones íntimas de todos nosotros. Claro, a esto se le suman también las alegrías, risas, noches de gozo, calidez en el trato y miradas cómplices.
Imagen tomada de la web.
No hay alguien que solo genere satisfacción, como no hay persona que solo reciba gratificaciones. Todos en algún momento vamos a frustrarnos por el comportamiento de ese amigo, familiar o de la pareja. También todos vamos seguramente a decepcionar a alguien. Los padres decepcionan a sus hijos y vaya que éstos defraudan y generan rabia y dolor a sus progenitores. Así es el ser humano y así es la convivencia. Cuando las decepciones y peleas son ya muy frecuentes es cuando se pudre todo y terminamos sin mayores ganas de apostar por la relación, o en el caso del familiar, de tomar una sana y prudente distancia.
Pero Gloria y Pedro Rolando eran felices, y como todos, a su modo. Los buenos tiempos superaban las turbulencias. Habían cumplido tres décadas de estar unidos, cifra casi irreal en la sociedad posmoderna de relaciones frágiles y líquidas.
Cierto es que las épocas de pasión e intimidad había cedido mientras se había fortalecido el compromiso y el cuidado; esa curiosa decisión y promesa de vivir con y para alguien, de trascender un poco nuestro mezquino narcisismo. De vivir por siempre de la mano del compañero de viaje. La idea de morir junto a alguien que sea el testigo de que nuestra existencia no pasó desapercibida, no fue en vano. No fue tan ridícula.
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